domingo, 3 de enero de 2016

La epoca postindustrial o la era del exceso


En la era del exceso el ruido es silencio



Hay un exceso de dinero, hay exceso de inversión, hay sobreproducción y hay un exceso de deuda. En general se observa en los derivados (incluyendo la sobreinversión en el mercado metalúrgico, minero, petrolero, automotriz, de telecomunicaciones, etc); en el mayor apetito de los inversionistas por productos altamente riesgosos (derivados de diferenciales de puntos de deuda de bonos públicos y privados); se observa también en el mercado inmobiliario de las principales ciudades del mundo (con una sobredemanda de propiedades de lujo) y la desaceleración de los indicadores económicos fundamentales de los principales motores mundiales (los BRICS, la Unión Europea y Estados Unidos). Uno de los principales problemas con la sobreoferta es la deflación, es decir la disminución de la rentabilidad de los bienes y servicios que impacta duramente en la deuda, los derivados bancarios y los balances de las empresas y naciones. El principal problema de la sobreoferta acompañada sobreendeudamiento es que el riesgo se vuelve “altamente contagioso”. Es decir que el exceso de inversión y deuda por un apalancamiento fraccional promovido por la banca se esparza en prácticamente en todo el sistema financiero global, desde los bonos públicos y privados hasta los derivados y las empresas que los producen. El mayor problema es que al existir una disminución global del valor de los bienes y servicios, aun con deuda a tasas mínimas, hace impagable las obligaciones financieras de empresas generalmente altamente apalancadas. Las empresas comienzan a contraerse para mantener los rendimientos acostumbrados y las burbujas terminan por explotar creando aun mayor sobreoferta, exceso de dinero y sobreendeudamiento; los inversionistas incrementan sus apuestas en proyectos de alto riesgo y el Estado compromete su renta fiscal para garantizar el dinamismo económico. Para este punto, el dinero generalmente ha perdido gran parte de su valor como consecuencia de un ajuste “natural” a los esfuerzos de rentabilidad. El problema en realidad es simple: existe un exceso de una oferta monetaria que no logra estimular la demanda de bienes llevando a la acumulación inútil de un papel moneda que pronto entrará en competencia inflacionaria con otros medios de compra venta, muy especialmente la capacidad fiscal de las naciones. Mucha atención que bajo este panorama ningún instrumento de compra venta satisface las necesidades del mercado, ya sea el oro, la plata, las bienes raíces o inclusive las criptodivisas. La espiral inflacionaria monetaria termina por succionar el valor de todas las divisas. En una situación de sobreoferta y sobreendeudamiento no hay divisa ganadora ni refugio de capital.  La deuda de las empresas comienza a sentir la presión de esta guerra de divisas de una forma no convencional: es decir en relación a sus hojas de balance y su capacidad o no de competitividad internacional (porque siempre habrá algún inversor dispuesto a poner el dinero), sino que se manifiesta especialmente en una depreciación exagerada de sus activos lo que le obliga a recurrir a deuda para compensar el desplome del valor de sus acciones para evitar compras agresivas. En últimas instancias siempre está la posibilidad de una negociación de fusión o adquisición o simplemente el impago (con el esperado buyback que ha sido la gran estrella en este, ya por terminar, 2015) esperando una reestructuración que permita continuar operando en un mercado que, además, está en sobreproducción. El único refugio lógico es la adquisición indiscriminada de deuda a través de los lobbies que presionan al aparato económico del Estado. A su vez el Estado compromete su balance general y comienza a realizar reformas a todos los niveles de gobierno mediante la clásica fórmula que ha mostrado su ineficacia: la austeridad. En este nivel, el poder adquisitivo parece entrar en equilibrio con los bienes y servicios. Pero la realidad es que continúa una sobreinversión desesperada de alto riesgo, especialmente en apuestas que tienen que ver con instrumentos financieros sofisticados. Los primeros en mostrar la debilidad de su política económica son los Fondos de Cobertura y de Capital; a estos le siguen los Estados netamente exportadores (los BRICS, Alemania y Rusia) y por último los países con mayor deuda: Japón, China, USA, Inglaterra y los PIGS. En una situación de sobreproducción prolifera la propaganda “verde” especialmente aquella amarillista que obliga a disminuir la producción agropecuaria, petroquímica y de extracción. Los sectores más castigados son los mineros, metalúrgicos, petroleros y agropecuarios. Esto en parte por las presiones del FMI y el BM para la contracción de las actividades de esta índole y segundo por el abaratamiento de los futuros de derivados vinculados a estos sectores. Pero este castigo no surte efecto en la actividad industrial que, aunque se contrae trimestre a trimestre, paradójicamente persiste en una sobreproducción: automóviles, petróleo, viviendas nuevas, exceso de semillas. En este punto, los datos económicos internos parecen ser alentadores. La realidad es que hay un estancamiento en el gasto per cápita, una disminución en el valor de los bienes y servicios y un exceso de deuda. Las clases dirigentes llevan preparando lo que parece bastante obvio: la única teoría compatible con un desarrollo sustentable: las ideas genocidas de Malthus, es decir, una depuración controlada de la población para lograr el equilibrio presupuestario. Cuando el desafío económico se enfrenta a este impasse, se desempolvan los manuales fascistas en los Estados de alto nivel de vida y se ponen en práctica las políticas criminales en los países subdesarrollados. La droga es uno de los aceites más importantes de la economía bancaria central, así que comienza la despenalización de sustancias. Países como USA, altamente conservador en políticas de narcóticos, ha cedido al respecto y actualmente es legal el consumo medicinal y/o recreativo en 27 Estados; mientras Afganistán y Colombia, mayores productores de heroína y cocaína respectivamente son países bajo el control militar y político de USA. El complejo Militar-Industrial es otro aceite vital de la economía de los bancos centrales por lo que la provocación y generación bélica –parte de los manuales fascistas desempolvados- comienzan a implementarse sistemáticamente. Los países con alto nivel de deuda comienzan una agresiva campaña de venta de armamento mientras que en sus propios países se comienza a integrar en el producto interno bruto las actividades ilícitas como la prostitución, la venta de drogas y armas y las apuestas. Ese mercado multimillonario subterráneo no sólo representa un importante porcentaje de la economía de los países altamente endeudados sino que les permite adquirir deuda fraccionada porque se contabiliza como ingreso fiscal. Armas, drogas, prostitución, pornografía, todo esto engorda el comprometido presupuesto fiscal y significa acceso a más deuda “barata”. La incursión militar es otro objetivo necesario para mantener a flote la maltrecha economía. En un inicio era objetivo de los países altamente endeudados, sin embargo actualmente también es un objetivo de los países que presentación una desaceleración del crecimiento anual del PIB como Rusia, China y Arabia Saudita. Siria, Ucrania, Yemen y Sudan son países target de las políticas de desestabilización, invasión y destrucción. Apenas hace un lustro lo fue el norte de África. La fórmula se basa en la creación de grupos paramilitares de ideologías extremas alimentados por mercenarios y dinero de Occidente. La combinación es en extremo peligrosa aun para sus creadores como la ha mostrado el ISIS. La amenaza de ISIS se ha corrido al lejano oriente a través de pequeñas facciones subvencionadas por Turquía y desde el Norte de África hacia las repúblicas del centro de África como Sudan y Nigeria a través de Egipto y Libia, países liberados de “la tiranía sinarquista” y actualmente sumidos en una guerra intestina y el caos sociopolítico.

Así, los ejes de control social se basan en la “amenaza ecológica”, la expansión de narcóticos, la venta de armamento y la creación de grupos radicales que justifiquen invasiones, desestabilización y destrucción. No faltan los más radicales que consideran la necesidad de, inclusive, poner naciones al borde del enfrentamiento directo (la presión de los halcones liberales a Erdogan para atacar a Rusia o invadir Irak, así como la colocación de grupos fascistas en golpes de Estado montados por la mainstream media en Ucrania). Poco de esto tiene un valor geopolítico. La realidad, absurda, monstruosa realidad, es que tiene un interés puramente financiero. Ni siquiera se trata ya de favorecer a ciertos grupos de poder trasnacional como EXXON por dar un ejemplo burdo, sino de la pura necesidad de mantener la máscara de la estabilidad financiera: un maquillaje torpe y grotesco que lejos de desviar la atención de ese organismo enfermo y anómico, lo vuelve centro morboso de las especulaciones de colapsos económicos, holocaustos nucleares y caos barbárico.