En Hispanoamérica jamás se logró
una ilustración. El movimiento católico en las Américas fue sesgado por las
presiones políticas de un Imperio Español decadente que expulsó a la Compañía de
Jesús de las colonias españolas y dejó el pensamiento escolástico como
ideología del Nuevo Mundo. Así, el salto a la modernidad latinoamericana fue un
salto lleno de los fantasmas de la escolástica católica. Los movimientos de la
Teología de la Liberación fueron apagados rápidamente por las contrarreformas
conservadoras de políticos corrompidos por el imperio Americano. LA CIA en
conjunto con grupos paramilitares locales y en ocasiones con grupos militares
perfectamente identificados, asesinaros y desmembraron cualquier intento de
conciliación entre los movimientos nacionalistas y la modernidad católica inconclusa
que los jesuitas intentaron cultivar en las Américas desde el siglo XVII y
XVIII.
A diferencia de Estados Unidos,
en Latinoamérica no dieron los cambios modernos que darían luz a
industrialización. En su lugar el cacicazgo y las guerras de castas sumieron a
los países latinoamericanos en la pobreza y el subdesarrollo. Aun peor, entrado
el siglo XX, fuimos seducidos por movimientos social-democráticos importados y
financiados por los imperios anglosajones. Nuestra democracia es una farsa al
servicio de las grandes corporaciones multinacionales y, aun peor, al servicio
de los intereses de EUA. La revolución Mexicana fue un movimiento orquestado
desde Estados Unidos con la única intención de evitar el desarrollo industrial
del nacionalismo porfirista que se identificaba mucho más con los movimientos
cristianos franceses y alemanes nacionalistas, que con los movimientos
social-demócratas anglosajones. La revolución mexicana fue una importación
americana financiada por demócratas americanos que utilizaron a anarquistas y
socialistas mexicanos, así como espiritistas plutocráticos para terminar con un
proyecto de nación que buscaba unificar el Estado Mexicano y llevarlo al máximo
de desarrollo de la Época.
Pero esos anarquistas, socialistas
y espiritistas no eran más que escolásticos esclavizados. Personajes formados
en el catolicismo ultraconservador o ateos comunistas. No existía un proyecto
de nación sino una serie de ideas laxas y muchas veces incoherentes en
educación, economía y gobierno. No es de extrañar que entrada en años la
revolución lo único que viéramos de ella fuera caudillismo y golpes estado para
posteriormente la creación un gobierno escolástico (la dictadura plutocrática
ultracatólica) en asociación con el charrismo sindical (instituciones de
control obrero sinarquistas y comunistas principalmente).
La teología de la liberación se
daría primero, de forma parcial, en países como Brasil, Chile y Argentina. Grandes
ejemplos de la nobleza de este pensamiento se pueden ver en las décadas de los
40’s y 50’s. Pero, lamentablemente, al comenzar a dar frutos fueron arrancados
por los intereses supremacistas americanos. Hoy esos países aún viven con el
germen de la teología de la Liberación pero ahogados entre complots de aparatos
de Estado como la CIA, el Mossad y otras agencias de contrainteligencia. Y, a
pesar de esto, más que nunca esos países luchan contra las fuerzas anarco-capitalistas
del G7 para terminar lo que se debió terminar antes de la independencia de las
Américas: un nuevo mundo acorde con las ideas humanistas, progresistas y
nacionalistas de la Compañía de Jesús.
De tal manera que por un lado
tenemos el movimiento de la Teología de la Liberación como producto del
mestizaje hispanoamericano, como futuro de nuestras naciones y por el otro
tenemos la opresión republicana supremacista.
La pregunta a cómo instaurar la
Teología de la Liberación en un entorno en el que la autonomía no es posible es
mediante la conformación de un poder nacionalista conservador en su identidad
novohispana, capaz de hacer frente al totalitarismo anarco-capitalista anglosajón.
Las primeras piezas las tenemos en el ejemplo social del Papa Francisco, una
autoridad indispensable para el desarrollo de los países hispanoamericanos
tanto por su papel moral y ético, como por su posición desvinculada de
cualquier tipo de gobierno.
La pregunta a cómo instaurar un
gobierno nacionalista depende de la identidad de una nación fundamentada en los
valores de la Teología de la Liberación (valores que aún permanecen dormidos en
nuestras naciones desde la conquista).
Ambos pensamientos se complementan y se autorizan a sí mismos. Los
ejemplos reformistas los tenemos a la mano: Simón Bolívar, Andrés Bello o
Benito Juárez –quien sentía una profunda antipatía por la ilustración católica
española, retrograda e incongruente, pero afin a la masonería continental muy
semejante en su ideología a la filosofía jesuita.