lunes, 19 de diciembre de 2011

La revolución sindical en México: Entre el imperialismo y charrismo sindical

I.- El triunfo de la revolución sindicalista

A finales del siglo XIX varios líderes obreros mexicanos comenzaban a mirar el sindicalismo mundial, especialmente el americano con el cual tenían mucho más contacto que con el europeo. Para los movimientos obreros mexicanos quedaba claro que, con la autocracia imperante, era imposible lograr los objetivos laborales derivados de la revolución industrial que habían surgido a mediados del siglo XIX por las ideas de Marx y Engels. Las primeras ideas de un derrocamiento de Díaz ya están documentados desde de la década de los 1880-1890, por Samuel Gompers líder de la American Federation of Labor quien conocía los movimientos obreros panamericanos desde 1883, y quien asegura que por lo menos en tres ocasiones se acercaron a él obreros mexicanos para pedir consejo sobre sus planes de derrocar a Díaz. Resulta trágico –en el sentido griego– pensar que Díaz quien logró una industrialización parcial de México, especialmente en relación a la industria minera, ferrocarrilera y metalúrgica, fue el origen de estos sindicatos que desarrollaron los primeros connatos de ideología socialdemócrata y progresista en México.
Para finales del siglo XIX y principios del siglo XX, dos doctrinas políticas se confrontaban en el mismo seno de las naciones desarrolladas. El imperialismo y el socialismo, principalmente en su línea progresista, liberal y nacionalista, se enfrentaban en las naciones industriales, la primera en relación con el beneficio económico de la explotación de las colonias y del obrero, y la segunda argumentando libertades sociales y derechos laborales. También es paradójico que, justamente estos movimientos socialdemócratas dentro de los países industrializados, impulsaron aún más el colonialismo con fines a mantener el balance económico de supremacía imperialista. Así, principalmente desde 1870 se comienza un imperialismo que persistiría en muchos casos hasta la década de los 70’s del siglo pasado, y aún en nuestros días bajo la forma de neocolonialismo en muchas naciones del mundo incluyendo, probablemente, la nuestra.
No resulta descabellado pensar que fueron estos movimientos sociales e ideológicos los que dieron lugar a la revolución mexicana. Por una parte el interés expansionista de Estados Unidos sustentado por la doctrina Monroe y la doctrina del destino manifiesto que debía a toda costa mantener américa para los americanos; por el otro la cada vez más agresiva actuación colonialista de las naciones Europeas que tenían intereses en México –lo que no pueden entender los nostálgicos de la Belle Époque es que ésta fue el germen de la Gran Guerra; no terminó la primera guerra mundial con esa esplendorosa época europea, sino que fue su estadio germinal, tan o más convulsivo que la misma guerra, tan “loco” que pocos fueron capaces de ver lo que estaba por venir; por otro el crecimiento obrero mexicano que veía las bonanzas del trabajador americano y las desigualdades sociales del país. México por primera vez se nutría de la ideología de la segunda revolución industrial. Términos como comunismo, anarquismo, socialismo, liberalismo, como doctrinas sociales comenzaban a agitar a los intelectuales y lideres sociales mexicanos.
Varias cosas no son casuales: la constitución de los empleados ferrocarrileros mexicanos en 1890 –los ferrocarriles eran propiedad de compañías americanas–; el descubrimiento del primer pozo petrolero productivo en 1904 –por industriales americanos–; la huelga de Cananea en 1906, –centro minero de Cananea Consolidated Copper Company" (CCCC), propiedad de un coronel estadounidense llamado William C. Greene–, la entrevista de Porfirio Díaz a Creelman en 1908 donde Díaz asegura que México esta listo para una sucesión democrática; así como tampoco lo es que Estados Unidos entrara a la primer guerra mundial el mismo año que se firmará la constitución de 1917 en México y otros países de América Latina.
Así, paradójicamente, también la revolución mexicana se da gracias a dos contextos aparentemente diferentes, el imperialismo americano y el colonialismo europeo; y las políticas progresistas sociales, principalmente el socialismo demócrata –incluidas aquí ciertas posturas económicas anticapitalistas–, el nacionalismo anticlerical y el sindicalismo; aquello que inicia en un inicio como un movimiento social demócrata terminaría en constituirse básicamente en movimiento sindicalista y, por ende, nacionalista.
La consolidación de la revolución mexicana es una consolidación institucional pero hay que dejar en claro que esta institucionalización tiene su base en la constitución sindicalista. Si bien México se constituye políticamente en un estado sindicalista –aún el propio partido en poder durante más de 70 años sería de estructura sindicalista– su política económica es parcialmente liberal, anclada –en coyuntura con ese liberalismo– con las políticas imperialistas norteamericanas. Así dos poderes vendrían a regir el destino de México posterior a la revolución mexicana: el liberalismo sujeto a las políticas americanas y el sindicalismo sujeto a las políticas de los grupos de poder dentro de México.

II.- El sindicalismo en México como grupo de poder

La primera confederación sindical fue la CROM quien postula al poder a Plutarco Elías Calles. Actualmente la CROM tiene afiliados a 250 sindicatos. La CNOP tiene la influencia más poderosa en las cámaras del senado y diputados, así como a la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y la Confederación Nacional Campesina (CNC); se trata del brazo popular del PRI. La Federación de Trabajadores al Servicio del Estado (FTSE) con sindicatos de todas las divisiones de gobierno de los tres poderes surge en 1936 con el apoyo de la CTM. Entre este sindicalismo podemos mencionar al Sindicato de la CFE, de PEMEX, al SNTE, de Ferrocarrileros, cuyo poder durante muchos años ha sido incuestionable. Durante el gobierno de Díaz Ordaz, bajo la amenaza de la fractura de las diversas confederaciones y sindicados se crea el Congreso del Trabajo buscando la unión trabajadora al servicio del Estado. El CT surge contando entre sus filas a los electricistas, a la CTM, la CNOP y FTSE.
La primer muestra clara del poder sindical en México fue el apoyo a Plutarco Elías Calles en sus intenciones presidenciales, la creación del artículo 27 de la constitución sobre los poderes de la iglesia y la creación del Partido Nacional Revolucionario. Probablemente alguna relación con el asesinato de Álvaro Obregón durante su relección. La segunda muestra del poder sindical fue la nacionalización del petróleo por Lázaro Cárdenas, no sin dejar de jugar un papel crucial, la probable entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.
Con la creación de la CTM y la FTSE se consolidaría el poder el estado a través del PRI en México. Durante su dictadura, el PRI tuvo que lidiar por una parte con los sindicatos y por el otro la doctrina liberal americana. No resulta difícil entender el origen del Charrismo en México a diferencia de la evolución de los sindicatos en otros países como España o Estados Unidos. Los sindicatos anarquistas y católicos fueron desarticulados fácilmente y, bajo la presión de la CNOP y la sumisión de la FTSE, el PRI pudo mantener un Estado libre de las amenazas de los movimientos socialdemócratas europeos, comunistas y anarquistas, así como de las injerencias católicas. Por el otro lado, la política liberal del gobierno permitió que Estados Unidos, a pesar de las dificultades durante los años previos a la Segunda Guerra Mundial, pudiera ejercer un control neocolonial sobre México.
Ambos grupos prestaron servicios al Estado para mantener el poder, ya fuera durante el gobierno de Díaz Ordaz y la amenaza de fracturas sindicales y las influencias sociodemócratas y socialistas que convulsionaron a todo el occidente mediante la intervención americana o ya fuera durante el error de López Portillo y la crisis de la OPEP en la cual el gobierno pudo mantener el control político gracias al poder de los sindicatos y contra el disgusto de EUA hacia el PRI.
Efectivamente, principalmente este evento desencadenado a finales de la década de los 70’s hizo evidente el poder de los dinosaurios del PRI y dejó claro que ese poder que estaba detrás del poder no eran otros más que los lideres sindicales que, además, formaban parte de los consejos de las grandes industrias mexicanas que vivían de las licitaciones gubernamentales. El error de López Portillo pudo, en cualquier país democrático, haberle costado la presidencia al PRI, sin embargo gracias a los sindicatos, ni siquiera la injerencia de los Estados Unidos pudo derrocar al PRI. Aun así los EUA no se quedarían con los brazos cruzados y comprenderían que la amenaza a vencer no era al PRI en sí, sino la base sindical que lo mantenía en el poder.

III.- La lucha contra el sindicalismo

El primer intento simbólico de descomponer al Estado priista se da con la postulación del Partido Acción Nacional de Pablo Madero, sobrino de Francisco I. Madero. A partir de ese momento la intención fundamental del PRI sería demostrarle a los EUA que eran aliados indiscutibles, a pesar de lo hecho por López Portillo. La adopción de las políticas keynesianas de base económica neoliberal obligó a un replanteamiento de la estructura política del PRI. Lo primero que quedaba claro es que no se podía adoptar una política keynesiana con un aparato sindicalista tan poderoso. El trabajo de Miguel de la Madrid sería comenzar a desarticular, lentamente, ese gigantesco poder. La diferencia fundamental entre la política liberal del PRI antes del 1982 y la política keynesiana posterior radica justamente en la acción contra los sindicatos para darle mayor poder a la iniciativa privada. De la Madrid sabía que era eso, o una crisis social que sumergiría al país en el caos. La decisión de Miguel de la Madrid fue difícil pero no sería él, demasiado débil para hacerlo, quien la llevaría a cabo. Mientras que durante la política liberal del PRI su papel estuvo restringido a respaldar las inversiones neocoloniales, mantener un clima político y social estable y asegurarse de mantener a ese grupo de poder mexicano contento; la política keynesiana obligaba al Estado mexicano a tomar un rol activo sobre las decisiones políticas, económicas y sociales más allá de las fuerzas obreras y campesinas afiliadas al charrismo. La idea era un Estado que fortaleciera la economía mexicana desligándola lo más posible del neoliberalismo americano, la dependencia petrolera y el control de aquellos líderes sindicales de la base firme del PRI. El hombre elegido para esa tarea era nadie menos que Carlos Salinas de Gortari.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Del porfiriato al salinismo: el error de López Portillo

Una de las preguntas más importantes en relación a los últimos 30 años de gobierno en México es el ascenso de los tecnócratas y el fuerte castigo que sufrieron las instituciones que se desarrollaron como consecuencia de la revolución mexicana. El salinismo no es el inicio; ya Miguel de la Madrid, moderadamente, y bajo la presión de los grupos de poder en México, intento iniciar la era tecnócrata en México y adoptar ciertas posturas neoliberales que había aprendido en sus años de estudio en Harvard. Algo queda claro al respecto: la fractura se da a partir de López Portillo. Es al término del mandato de López Portillo que se hace necesario un replanteamiento de las teorías socioeconómicas que manejaba el PRI desde sus orígenes, con Plutarco Elías Calles, con el mismo Lázaro Cárdenas y posteriormente con los cachorros de la revolución que dieron ligar al milagro mexicano. Es decir, teorías que derivaban directamente de la revolución mexicana y también aquellas que derivaban de los resultados de esta revolución.

Lo primero es entender que la revolución fue un hecho sociopolítico que iba más allá de las inocentes intenciones de Francisco I. Madero de sufragio efectivo y no reelección o la ideología anarquista utópica de los hermanos Flores Magón. Para los tiempos en que Díaz anuncia que el país estaba preparado para una sucesión democrática, es importante entender el contexto en que esto se da. Su entrevista en 1908 a James Creelman, no es casual: era producto de una presión intensa por parte del aparato político y militar americano que, al igual que las potencias mundiales, buscaba formas de autoridad imperial y expansionismo. En aquellos tiempos las mayores inversiones eran francesas y alemanas, seguidas de las americanas y las inglesas. La visión geopolítica estaba regida por una política colonial y México, para estos países, representaba una potencial colonia aunque ciertamente no el sentido literal del término. A final de cuentas, Porfirio Díaz había servido con eficacia a los intereses del capital, de la autoridad y del clero. Pero estos intereses no eran americanos sino europeos principalmente. Para esos momentos quedaba claro que la situación se volvía cada vez más tensa en Europa y la posibilidad de hostilidad se vislumbraba a lo lejos. Para los Estados Unidos, que para entonces se habían vuelto una potencia económica y comercial, era prioritario el clima político de México, no por las desigualdades que existían sino porque contravenían su doctrina democrática, además de que la autocracia operante le daba preferencia a la inversión e intenciones europeas. La verdad es que ya fueran francesas o alemanas, los americanos no podían correr el riesgo de un colapso social en México que permitiera, bajo argumentos económicos, una nueva invasión como la francesa. Las presiones americanas de la democratización mexicana calentaron el fuego de la revolución permitiendo la emergencia de partidos políticos como el nacional antirreleccionista y el partido liberal mexicano. Lo demás es historia. La amenaza maderista incitó el apoyo americano para que se diera la decena trágica, posteriormente un caudillismo de lucha de poder, lo cual sumió al país, durante la Gran Guerra en caos le siguió hasta la consolidación que logra Elías Calles. Ciertamente se tomaron, en forma parcial, ideas tanto de los hermanos Flores Magón, como de Madero o Zapata, o, aún también, Villa. México se constituye a partir de ese momento en un país ambiguo, con ciertas doctrinas anticlericales y anticapitalistas de los Flores Magón; un aparente sufragio efectivo y no reelección, una redistribución de las tierras y un nacionalismo patriótico antiamericano. Todo ello es anecdótico y hasta cierto punto vacío. Lo verdaderamente rescatable de la revolución mexicana es el proceso de institucionalización que se da dentro de los aparatos sociales, económicos y productivos. Iniciando por la institucionalización del partido en el poder a la institucionalización de los sindicatos, todo esto permitió que México operara bajo una aparente democracia socialista.

A diferencia de los sucedido en América, donde los sindicatos se unen a los empresarios para ejercer su influencia en el gobierno como lo señala Marcuse, en México se da el Charrismo con lo cual se inicia la era de corrupción política y social que caracterizaría al país y al PRI. Los grandes logros del milagro mexicano de la década de los cuarentas a los sententas se da gracias al Charrismo que se caracterizaba por un apoyo incondicional de los líderes sindicales a cambio de ciertos privilegios. Desde el punto de vista político y macroeconómico pareció ser una excelente solución a las confrontaciones obrero-patronales y frente a las autoridades. La marginación política del clero también fue de decisiva y el permiso del ingreso de nuevas corrientes religiosas al país. Sin embargo, las instituciones creadas a raíz de la revolución no sólo dan lugar a una profunda corrupción política sino a un grupo de privilegiados que posteriormente serían conocidos como los dinosaurios del PRI. Desde Alemán hasta López Portillo la ideología del partido no sufrió modificaciones permitiendo el desarrollo de México, mediocre, pero al parecer armónico y socialmente equitativo –por lo menos a los ojos de los intereses americanos. Nuevamente, nunca se hizo tan patente el poder del petróleo para la maquinación y negociación política como en la década de los setentas, no sólo en México sino especialmente con los países de la OPEP. López Portillo abusó de este poder, dejando un México con una crisis económica que, por primera vez, dejo ver el cinismo y la hipocresía de los resultados de la revolución. Los mexicanos se dieron cuenta del engaño al que habían estado sujetos. El gobierno de López Portillo no sólo desintegró la economía mexicana sino que desenmascaró un gobierno fraudulento y políticas sociales y económicas que no habían cambiado mucho de las previas al porfiriato. Pues, que el costo del gobierno de López Portillo fue poner al descubierto la farsa del PRI y del gobierno mexicano en todos sus rubros.

La tarea que le quedaba a Miguel de la Madrid era difícil: por una parte mantener ese charrismo que mantenía la estabilidad social y por otra, poder adoptar las políticas económicas keynesianas que parecían dar frutos en países como Inglaterra, Francia, Alemania y España. La fórmula era clara: una política tecnocrática que mantuviera en orden los asuntos especializados del gobierno en relación a la macroeconomía y geopolitica, una política económica keynesiana que lograra conciliar los intereses de esos grupos privilegiados, y una política social populista en las zonas marginadas y de extrema pobreza. Todo esto no lo comienza Salinas, sino que inicia al final del gobierno de López Portillo quien designa a Miguel de la Madrid como presidente buscando comenzar ese cambio radical de las instituciones producto de la revolución. Lo que no sabían los tecnócratas y, parecen aun no saberlo, es que esas instituciones no sólo son grupos organizados de poder sino que son el país mismo en sus raíces, un país que surge con la revolución mexicana.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

La nueva era global y el despertar del Gran Dragón

Hace un poco más de 30 años inició una nueva era mundial. Como menciono en el artículo anterior La doctrina Keynes y la instauración de la política del dinero, es a partir del inicio de la década de los ochentas que se alinea lo que sería el inicio del neoliberalismo como doctrina política y la doctrina keynesiana como marco teórico económico. En 1978 asciende al poder Deng Xiaoping y en 1979 comienza el control militar de las periferias chinas, incluido Vietnam y Nepal. Con Xiaoping se inicia el meteórico ascenso de China como superpotencia mundial. Su estrategia era simple: descentralizar el poder y regionalizarlo. A partir de su ascenso al poder China comienza una serie de reformas económicas y políticas dentro y fuera del partido popular de lo que lo más rescatable es la visión integradora del político. Conocedor de las diferentes regiones del inmenso territorio que conforma la China continental, y familiarizado con las políticas económicas de Taiwán y de Hong Kong, comienza a realizar pequeños experimentos de desarrollo económico regional. La política china no difiere mucho de la americana: darle cierta autonomía a cada estado o región, explotando al máximo su potencial particular, con una peculiaridad: una distribución triangular en vecindad con países de interés geopolítico y económico para China. Así el triángulo con Hong Kong y Taiwán, el triángulo del delta del río Tumen y otros más que son hoy en día territorios de crecimiento y desarrollo industrial enorme y que involucran a países como Vietnam, la dos Coreas, Mongolia, Rusia o Singapur.
Las reformas que realizó Deng Xiaoping también eran sencillas, un gobierno comunista en su estructura política –a diferencia de la estructura política neoliberal que adoptan los países occidentales en desarrollo y periféricos– y una estructura económica expansiva colonial. Existe una diferencia entre la doctrina keynesiana y la reforma china –igual que su sucede con la revolución islámica de Irán– que es fundamentalmente ideológica: los intereses que sostienen. Mientras que los países desarrollados del occidente buscaban proporcionar un medio de cultivo adecuado para los corporativos que sostenían los intereses políticos; los iraníes sustentaban su desarrollo en una ideología musulmana y de un gobierno divino; y los chinos obedecían a un apetito imperial. El gran error de la política norteamericana es haber sacrificado su liderazgo imperial geopolítico para instaurar un liderazgo imperial geoeconómico. Los principios fundamentales con los que se constituyó ese magnífico país fueron suplantados por el interés corporativo y la influencia económicas de las grandes multinacionales. Aun cuando el Estado busca definir la generación de la demanda, no la hace bajo un interés de Estado sino bajo la presión un pequeño grupo de poder. El problema no es que haya un grupo de poder detrás de toda acción estadista sino que esa acción tenga como objetivo únicamente la satisfacción de ese grupo poderoso que se rige por el sentido del dinero. Toda nación esconde detrás de su maquinaria sociopolítica los intereses de unos cuantos, pero aun en ese pequeño grupo que controla al Estado existe una ideología. En el caso de EUA es el capitalismo; en el caso de Irán es el islamismo; y en el caso de China es el imperialismo y el poder del Partido. Sobra decir que la complejidad del Partido Comunista Chino está sustentada en un principio fundamental que es el culto a la personalidad. Detrás de la compleja arquitectura del partido comunista siempre ha estado un personaje que refleja la naturaleza del poder de la estructura política china, desde Mao Zedong hasta el actual presidente Hu Jintao. Cobijado en las oscuridades de la telaraña burocrática partidista quizá, pero siempre ahí, como símbolo de los atributos políticos del país.
Las diferencias fundamentales entre la doctrina keynesiana que rige los países occidentales y la doctrina comunista que rige a China hacen que, aun cuando sus políticas económicas sean similares, exista una ventaja estratégica para China en relación a su acción global: a diferencia del dólar, un personaje siempre podrá ser sustituido. En ese sentido el partido es indestructible. Lo mismo sucede con Irán: no se puede destruir una religión con argumentos económicos.
Resulta interesante intentar comprender los motivos de Deng Xiaoping parar propulsar reformas que en apariencia van en contra de la doctrina comunista de Lennin. El tiempo le ha dado la razón a Xiaoping y, mientras la URSS desapareció dejando apenas huella de su corta estancia dentro del mundo como doctrina comunista, China actualmente es la potencia fundamental de la economía global: su poder se extiende más allá de la zona asiática hasta un control financiero tácito sobre la política monetaria americana. China es el principal acreedor de la deuda de EUA y su soberanía parece inviolable. Ha logrado consolidar el poder el partido comunista sin las amenazas que han sufrido otros Estados como el ruso o el iraní. Su poder represor mantiene una China dominada y cohesionada mientras que su poder económico hace y deshace a lo largo del mundo. La diferencia con EUA es que mientras ésta está al borde del colapso monetario y de la inestabilidad social, China puede fácilmente prescindir de la doctrina keynesiana para mantener su estabilidad política y social.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

La doctrina Keynes y la instauración de la política del dinero

En 1979 estaba en el poder López Portillo. Irán se convertía en un estado clerical y sufría una convulsión política y social; Egipto e Israel hacían un pacto de paz lo que suponía el cese de las intenciones árabes de eliminar el estado hebreo; Margharet Thatcher se volvía la primer ministro británica y la URSS invadía Afganistán en una ocupación que duraría hasta 1988. Ese año nací yo, un ocho de octubre. México se encontraba en el “milagro económico” derivado de los conflictos en el medio oriente. El precio del petróleo le permitió al país adquirir grandes préstamos y endeudarse sin preocupaciones, se modernizó el Estado, se desarrollaron diversos programas de desarrollo social como COPLAMAR y se buscó afianzar el poder adquisitivo de la clase bajo y media. Fueron años de bonanza de 1979 a 1981 que le dieron la libertad a Portillo de manejar una política exterior más liberal sin las presiones directas de EUA a las cuales México estaba acostumbrado. Se fortalecieron las relaciones con El Caribe, especialmente con Cuba, y con países de Centroamérica en plena convulsión sociopolítica, y bajo la intervención encubierta de la CIA en Nicaragua, Panamá o el Salvador.

Carter, en EUA, jugaba el rol de mediador internacional de los conflictos sociopolíticos con una doble máscara. En ningún gobierno americano fue tan evidente la visión política de EUA como en los años de Jimmy Carter: esa dualidad entre decir que están en contra de intervencionismo pero hacer lo contrario. A Carter le tocó presionar las políticas de desarrollo de Portillo pero él mismo con la presión derivada del embargo árabe petrolero a los países desarrollados. Durante los años intermedios de Portillo, tuvo bajo la manga el As del petróleo lo que le permitió poner en práctica diversos programas que contravenían los intereses políticos americanos.

En los ochentas comienza la era keynesiana en el continente americano –contrario a lo que se podría pensar– con dos experimentos fascinantes: uno la crisis latinoamericana de mediados de los ochentas y el otro, la crisis económica nipona y la ruptura de su burbuja financiera. Las teorías de Keynes quedaban demostradas, no por su validez económica sino por su validez política en la creación de la oferta y la demanda. La Era del Estado capitalista se instauraba, de una vez por todas, y profundamente arraigada en los países periféricos con el incremento de sus reservas monetarias y los países centrales con la reducción de sus tasas de interés hasta niveles cercanos al 0% –principalmente Japón, pero actualmente lo podemos ver inclusive en EUA. Sería Jimmy Carter, y posteriormente Reagan, quienes se encargarían de hacer ver este Keynesianismo descarnado como un neoliberalismo cuando en realidad éste siempre ha sido una ilusión política más que una materia de la economía moderna. Así las políticas económicas son derivadas del Estado; y en México han seguido un modelo de Estado Capitalista, dirigido por una pequeña clase privilegiada que dicta, a través de la demanda –una demanda creada por la oligarquía económica–, la oferta. La clase política, posterior a Portillo, se vuelve en el instrumento del Estado para los intereses económicos de las teorías Keynesianas y los grupos de poder económico usan las figuras políticas para determinar la dirección de un Estado al servicio de la doctrina Keynesiana. Con López Portillo terminan los ideales revolucionarios y se instaura el servilismo político que busca mediar las paradojas de una economía de capital en donde la demanda es creada por los Estados, y la oferta está supeditada a los intereses económicos de los poderosos.

Es en los ochentas que el concepto de Estado toma una dirección radicalmente diferente a la constituida posterior a la Segunda Guerra Mundial. Lo digo nuevamente, la doctrina de Keynes no surge en la postguerra, sino en los ochentas con dos pequeños experimentos económicos, y la creación de una zona de alto conflicto en el medio oriente.

La creación de un estado clerical en medio oriente, el cargo de primer ministro de Margharet Thatcher, la invasión soviética de Afganistán y el cese de hostilidades entre Egipto e Israel son hechos que menciono en mi introducción no de forma casual sino por las implicaciones que tienen en el contexto del nuevo orden sociopolítico que surge en los ochentas. Con Thatcher comienzan una serie de privatizaciones estatales que a todas luces buscaban reducir el poder de los sindicatos británicos y en consecuencia de la clase trabajadora. Más allá del éxito de esas empresas privatizadas, la tarea de Thatcher permitió entender el rol del Estado tradicional en la nueva era neoliberal. El apoyo del primer ministro a Reagan para colocar misiles en Gran Bretaña, era una clara demostración de los intereses económicos que subyacían a los políticos. Mantener una guerra fría le permitió a Inglaterra someter los intereses populares al terror de una amenaza comunista. El pueblo inglés probaba de forma abierta por primera vez, la política de un Estado de Terror y el secuestro de sus intereses y garantías sociales y políticas para el beneficio de esos pequeños grupos de poder bajo la amenaza de la destrucción masiva. Nuevamente vemos que la doctrina de Keynes se aplica en su forma más clara: la creación de una demanda –entiéndase el fin del terror comunista– creaba una oferta: la posibilidad de la privatización de empresas estatales y el debilitamiento sindical y de la clase trabajadora. La condición era mantener un flujo continuo del gasto y consumo, lo cual estaba contemplado por la doctrina de Keynes. Pronto la política de Thatcher se expandió por el mundo, principalmente en Latinoamérica y, especialmente, en México con Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari.

Por otro lado, el caso iraní. La revolución islámica nos muestra una ruptura con el Estado de Terror creado por Carter y Reagan y secundado por los países occidentalizados. Ante la disyuntiva de un estado comunista o un estado capitalista, el surgimiento de un estado islámico en todo el sentido de la palabra guarda también una significancia de primer orden. La República Islámica de Irán es, ante todo, una forma de gobierno divino, pero con la estructura constitucional democrática. Irán es, entre todos los Estados Árabes, único por la organización social, política y cultural de su pueblo. Es, por decirlo de forma simple, un tercer camino claramente definido ante las opciones del comunismo y capitalismo. El Estado europeo, por ejemplo, no carga los matices sociales ni culturales de la verdadera política sino que es regido por las bases económicas de quienes sustentan el poder. Se trata de gobiernos al servicio de la economía y su política de estado es una política de economía –la economía monetaria que actualmente se encuentra al punto del colapso–; de la misma manera, la política comunista no obedece a intereses sociales sino económicos. La política de la URSS estaba encaminada al dominio económico sujeto a las leyes marxistas mientras que la política china muestra los tintes económicos de un imperio expansivo muy similar al de los EUA. En 1979 triunfa la revolución islámica como una forma organizacional de política alejada de las teorías económicas socialistas o capitalistas; aún con todo el apoyo norteamericano hacia el Shah triunfó la revolución iraní –hablamos de un fuerte apoyo económico para el desarrollo de Irán. Posteriormente EUA apoyaría inclusive a Irak y Saddam Hussein para intentar derrocar el estado islámico en Irán. El estado Iraní representa, frente al poder capitalista, una fractura a la lógica keynesiana. No es pues casual, el interés occidental por destruir a la nación islámica: cualquier fractura a la lógica keynesiana implica una crítica abierta y peligrosa a la doctrina keynesiana. Ante esta posibilidad, y un contagio en países vecinos, la aceptación del estado hebreo en el medio oriente también significó mucho. El tratado de paz egipcio-israelí fue un golpe inesperado para el pueblo islámico. Dentro de los beneficios para Egipto, el más importante quizá, fue el acceso a armamento occidental, americano, francés e inglés y poder gozar, en la actualidad, del mismo nivel de armamento que los judíos. En cuanto al odio antisemita, crece día con día entre la población árabe, especialmente en Jordania, Egipto, Siria y el Líbano. Para muchos es inexplicable como Egipto aceptó –fue el primer país árabe en hacerlo– firmar un tratado de paz con un país con el cual estaba en estado de guerra desde 1948. Anwar el-Sada, egipcio que firmó el tratado fue asesinado en 1981 por radicales musulmanes egipcios de la Yihad, y los pocos años que vivió posterior a la firma, fue impopular y despreciado por su pueblo. Tratar de entender los motivos por los cuales Egipto hace la paz con Israel me resulta imposible. Una cosa, sin embargo me queda clara, está paz está a punto de terminar y el Egipto de 1948 no es el Egipto actual.

Historia ahora antigua, sin embargo, la invasión soviética a Afganistán buscó en su momento ampliar las bases comunistas en el medio oriente. Parte de la guerra fría entre la URSS y EUA, esta guerra paradójicamente alimentó el fundamentalismo islámico.

Nací en 1979, los años que lo rodearon fueron paradójicos, desde la revolución islámica en Irán, el tratado de paz egipcio-israelí, la política externa de Jimmy Carter, las políticas económicas de Thatcher y el sexenio de López Portillo, con los ochentas, envuelto en contradicciones y paradojas, se constituye el sistema de Estado actual en el cual, siguiendo la doctrina de Keynes, es el Estado el que determina la demanda para a su vez, determinar la oferta. Para México, es el fin de la identidad revolucionaría y el principio de la política de la economía. Para el Mundo, el inició de una crisis que parece no tener solución y que parece conducir, inevitablemente a la catástrofe.