jueves, 19 de abril de 2012

La política de Masa: a propósito de ejemplo Barack Obama

Cuando, hace ya casi cuatro años, los americanos eligieron al primer presidente negro: fue un hito histórico no sólo porque fuera negro Obama, sino porque sus apellidos eran del medio oriente y porque representaba la promesa constitucional de una igualdad en derechos y obligaciones. Es decir, votaron por el valor que creyeron –y creía el mundo entero– carecía Estados Unidos. También representa un hito moral de la masa, como lo fue Kennedy que era católico o Reagan que era actor, aunque hay que decir con justicia que Kennedy y Reagan, comparados con Obama, son minúsculos y de significancia moral hasta pueril. El negro de apellidos musulmanes representaba los principios más fundamentales de la Carta Magna americana: libertad e igualdad de derechos. Se trató, a mi parecer, del hecho más emocionante de la política de masas en la historia republicana. Al final, no votaron por el Estado, votaron por la imagen(representación) que estaba bastante dañada tanto en el ámbito externo pero también interno: la de un país democrático, la de una república, representada más allá del Estado.

Constantemente pienso en las particulares circunstancias de dicho suceso. Desde siempre, como Estado constituido, se ha sabido el carácter intervencionista e imperialista de EUA. Por lo menos en el exterior. Dentro y fuera se mostró la imagen del líder social que habría de establecer la democracia y paz mundiales a pesar de la insensatatendencia de algunos pueblos o algunos personajes a contradecir la voluntad democráticamente inalienable de los pueblos. Cuando se crea la Guerra Fría, América tomó el rol principal en la protección de lo que ellos llamaban democracia, como sinónimo del derecho inalienable del capital privado por sobre todo lo demás, aún los derechos humanos.

El capitalismo y el socialismo se erigieron como doctrinas políticas bajo argumentos que se filtraban en un estamento erosionado por la confusión de lo que constituye una república y lo que constituye un Estado. Con el paso de los años, el exterior percibió con mayor hostilidad las acciones americanas pero algo sucedía en EUA, que no se daban cuenta de ello. Para el americano promedio, y la gran mayoría de los americanos, su país era un libertador y un luchador de las causas democráticas en el mundo, ergo, amados por el mundo. (Y es que resulta curiosa la lógica occidental del capital –desde Los Ángeles, pasando por la Habana, Madrid, Moscú yhasta Shanghái– como una dialéctica del bien privado como justicia de derecho y soberanía inalienable y el bien público como justicia de derecho y soberanía inalienable, así aplicado al capitalismo salvaje americano o al comunismo totalitario cubano –de qué jodidos se está hablando ¿?).

Sin embargo algo pasó en EUA. La creación del internet comenzó a volver la comunicación un hecho global y masivo, ya no sólo controlado por un grupo de poderosos que difundía internamente una imagen benévola y libertaria de EUA, sino difundido por la Masa en bites, en bandas anchas y ondas satelitales. Pronto el americano promedio comenzó a notar que había una hostilidad global y fundamentada hacia EUA y que las naciones, en general y no sólo de los comunistas y fascistas,tenían una percepción completamente diferente acerca de ellos de lo que ellos pensaban de sí mismos. El once de septiembre del 2001 ciertamente fue un hecho que conmocionó al americano que, ya para entonces, comenzaba a pedir mayor atención hacia el interior y menor injerencia en los problemas mundiales (a justo decir que existía ya una consciencia parcial de esta situación). Y fue peor aún, cuando se dieron cuenta que en la mayoría de los países se celebró dicha tragedia, no en el ámbito oficial, pero sí en las redes sociales, en los blogs, en los chats, en los dominios de la masa económicamente activa. “¿Por qué nos odian?”, se preguntó el americano que cada vez tenía mayor acceso a las opiniones mundiales a través del internet. Las voces se levantaron: “¡Tiranos, represores, violadores de los derechos humanos, asesinos, impostores!”. El americano comenzaba a entender la verdadera imagen de su nación frente al mundo.

(Sí, hablo de valores y moral, y estoy dejando fuera toda la parafernalia económica que erosionó la política hasta mezclarse la primera con la segunda y viceversa, dando por entendido que aceptamos y disculpamos la confusión que se desarrolló después de las doctrinas de Marx y Engels, alimentadas aún más por Peter Kropotkin, Maynard Keynes o Karl Popper).

El americano es un pueblo peculiar: raramente cuestiona las acciones de sus representantes, y menos de su presidente. Existe una idea generalizada de que el presidente hace lo mejor para la nación. Su margen de pensamiento de acciones se mueve entre dos partidos que, curiosamente, representan políticamente lo mismo: demócratas y republicanos. Y su juicio se da en relación a su bienestar subjetivo y los valores y moral que los medios dictan (para ejemplos están Nixon y Clinton); y lo que ellos conocen como política no es más que una acción dirigida a la determinación del Estado al servicio del beneficio de aquel que ostenta el capital como hecho de justicia.

Es indudable que la situación económica del 2006 y 2007 jugaron un papel fundamental en la decisión del americano, pero ya en el 2004, cuando Bush contendió contra Al Gore, EUA se encontraba en una situación económica bastante peligrosa desde varios años atrás, y bajo el gobierno republicano. Y ganó Bush nuevamente –aquí también hay que mencionar que Florida, el estado Bush, le dio la victoria final al republicano de forma sospechosa–. Todo se calmó y nada pasó. Los republicanos continuaron gobernando bajo la consigna ilusoria de defender a América de las amenazas totalitarias. Las voces se alzaron nuevamente: “¡No más sangre por petróleo! ¡No más torturas en Guantánamo! ¡No más invasiones a países que se encuentran al otro lado del mundo!”

Hago un paréntesis: Si con Vietnam hubo un movimiento de consciencia social, me atrevo a decir que fue porque el gobierno lo permitió, e inclusive lo generó, al no ver más ventajas de mantener un costoso ejército en el lejano oriente y sí observar profundos problemas políticos, y potencialmente más peligrosos que lo poco que ganaban económicamente, en la región y dentro de su país. Pero al Lejano Oriente, le siguió Centroamérica y Sudamérica, África, el Medio oriente. También un estilo muy diferente de agresión se desarrolló, basada en guerrillas, que resultaba ser mucho menos costosa, menos vistosa, y generaba mejores resultados para los propósitos económicos y sociales (¿?) americanos.

La realidad, ante estos hechos, es que dentro de la estructura política americana no hubo ningún cambio ni en forma ni en fondo desde la segunda guerra mundial –quizá antes– hasta el 2008 en que gana Barack Obama las elecciones presidenciales. ¿Por qué un cambio de tal magnitud en EUA? No sólo fue la victoria de un demócrata, de un negro, de un hombre de nombres musulmanes. No fue sólo la promesa de mejorar la situación económica, de cambiar las estrategias «políticas globales». No. Hubo un impulso mucho más profundo en la mentalidad de la gente que hizo que votaran por un cambio aparentemente tan radical. Lo más emocionante fue ver el asombro en el mundo al ver ganar a Barack Obama la presidencia. Nadie lo podía creer.

Y nadie lo podía creer porque en el fondo todos sabemos que no se trató de cambios de rumbo económico o de las relaciones exteriores de Estado. Nadie lo podía creer porque el pueblo americano había mostrado al mundo una cara que nunca se hubiera podido creer que tuviera: la de la masa política. Eso fue radical. Ya el hecho de que, comofigura pública, «política», Obama prometiera dimes y diretes, pasaba a segundo plano. La esperanza surgió en el cambio de un valor fundamental: en la multiplicidad que supone la posibilidad –aunque sólo sea eso– de un futuro y mostrar una disposición a las transformaciones de las estructuras cognitivas de un pueblo que parecía creer saberlo y tenerlo todo. ¡Eso fue lo fascinante de las elecciones del 2008! Un negro hawaiano, de ancestros africanos y musulmanes, a la cabeza de la nación más poderosa del mundo. Eso no fue otra cosa más política de masa; auténtica y definitivamente escasa política de masa.

martes, 3 de abril de 2012

De la república de la manada al absolutismo de la masa


¿Qué se hace cuando se hace política? ¿Cuándo un republicano dice ser republicano y un demócrata dice ser demócrata? ¿Qué quiere decir eso? ¿Qué acaso no estamos hablando de republicas? ¿Estados Unidos de América, República Mexicana, República Islámica de Irán, República Popular China? ¡Vaya tomadura de pelo eso de las repúblicas! Y es peor aún con las monarquías parlamentarias como Inglaterra. O peor aún, aquella farsa política de una República Demócrata Alemana (RDA) y una República Federal Alemana (RFA) ¿Qué diablos querían decir esos tipos? ¿No son acaso los federalistas también demócratas? La política es un inmenso río que deviene: nunca se es lo mismo –diferentes aguas–, pero siempre se es el mismo río. ¿Qué se hace realmente cuando se hace política? ¿Qué hace diferente a un americano republicano de un americano demócrata? Risas. ¡Es ridículo! Y más ridículo porque está escrito en los libros, porque es Historia: La Historia de la Política de lo ridículo y redundante.

Yo soy un republicano: a mi saber, creo en la justicia y el derecho. También soy, dicho de paso, creo, un institucionalista dado que creo que las instituciones son el cimiento de una república fuerte; así también soy demócrata porque creo en el poder el pueblo para elegir sus gobernantes y proclamar sus normas y leyes a través de las instituciones que nosotros mismo creamos. Aun más, en el sentido político, soy liberal porque me rijo bajo el pensamiento de las libertades individuales y el derecho pero también soy conservador dado que creo en mi nación y en mi patria. Lo único que no soy, en relación a los partidos mexicanos es lo de revolucionario. No hay nada de revolucionario en la ideología partidista de los partidos mexicanos. Pero tampoco hay nada de republicano en el partido republicano americano ni nada de demócrata en el partido demócrata. Basura.

Pero, a mi saber, del PRI (Partido Revolucionario Institucional), del PRD (Partido Revolucionario Democrático), y del PAN (Partido Acción Nacional), soy institucional, demócrata y nacional aunque esos tres partidos no tengan nada de institucionales, de democráticos o de nacionales.

Ahora bien, toda esa oratoria ecuménica, quizá guardaría sentido si, hubiese una monarquía absolutista o gobiernos centralistas. Pero eso, creo, es de hace muchísimo años (200 años o más) y no tiene sentido actualmente. ¿Por qué, entonces, se utiliza? Y no sólo como referencia cotidiana sino como símbolo de anexión o preferencia política. Bobos. La política es un circo de sin sentidos, o de sentidos abstractamente concretos; a decir de Freud, exactamente esquizofrénicos.

Existe otro gran problema al tratar de abordar desde la perspectiva histórica la evolución de la política, no sólo en México, sino en el mundo entero. Y es el de que nunca ha existido en sí una política como tal; movimientos sociales sí, el de independencia americana, las republicas francesas, el imperialismo británico. Pero si uno ve detenidamente, no hay nada de político en ello, es económico o social, meramente económico o social, y una partida de ideólogos no hablando de política sino de economía o, en el mejor de los casos de sociología. La gran inflexión mundial, la del socialismo, es una doctrina económica no política; las republicas francesas fueron un movimiento social sin estructura política: de ahí que no hubiera una sino cuatro repúblicas francesas. Aun más, el conservadurismo derechista de Margaret Thatcher… ¿no fue acaso de la mano de la era más neoliberal que haya existido jamás?

Ha mi entender que la política no es más que la justificación racionalizada del uso de la fuerza de coerción para el servicio de intereses económicos o sociales de grupos. Y sí, otorga legitimidad, y más legítima es y más poderosa se vuelve en tanto menos política se es. Como ha sido siempre. Y no soy anarquista ni nihilista. Simplemente veo lo que veo. Como lo he dicho arriba, políticamente, soy republicano, liberal y demócrata. O dicho de otra manera: soy, soy, soy. Ahora es entendible porque es políticamente correcto cambiar de partido en partido, o de idea en idea: de ser nacional a privatizarlo todo; de ser institucional a corromper toda institución; de ser demócrata a promover las revueltas sociales e inclusive la violencia.

Lo interesante de todo esto es, nuevamente, el sentido de esos intereses que obedecen a causas de todo tipo menos políticas. O más interesante aún es sí realmente puede existir una causa política per se.

Dice Aristóteles que somos un animal político… bueno, en cuanto a esa doctrina del derecho y la moral. La nobleza de Aristóteles es hermosa y lo cito: “La investigación en torno a lo que debe ser el bien y el bien supremo parece pertenecer a la ciencia más importante y más arquitectónica… … Y esta parece ser la política”. El mismo, en Política, dice después: “Es evidente que existe una ciencia a la que corresponde indagar cuál es la mejor constitución, cuál, más que otra, es adecuada para satisfacer nuestros ideales, cuando no existen impedimentos externos, y cuál se adapta a las diferentes condiciones para ser puesta en práctica. Ya que es imposible que muchos puedan realizar la mejor forma de gobierno, el buen legislador y el buen hombre político deben saber cuál es la mejor forma de gobierno en sentido absoluto y cuál la mejor forma de gobierno en determinadas condiciones.” Ya sea como doctrina del derecho y la moral, ya sea como Teoría del Estado, el arte del buen gobierno empieza justamente por, pareciera ser, el Logos; o dicho más coloquialmente en lo que hace del hombre potencia en su estar siendo. Entendiendo de esta manera la política es perfectamente explicable por qué no tiene sentido y lo dice todo cuando en realidad no dice nada.

Pero esto es en sentido lingüístico y filosófico. Aterrizar este concepto a la práctica política es mucho más complejo. Hacerlo al nivel de la política mexicana es aun más complejo. ¿Y donde empezar para entender la política actual? Y decir, ¿a partir de los privilegios de quién inicia la política mexicana? ¿A partir de la Reforma de Benito Juárez? Economía no política; sociología no política. ¿Cómo es que se enfrentaban conservadores frente a liberales? ¿Conservadores de qué, liberales de qué? Y Juárez con sus leyes de reforma… ¿qué eran entonces esos que se hacían llamar republicanos conservadores que no reconocían ni la ley ni el derecho ni la igualdad de los mexicanos frente a la ley? Y aun hoy, que hay de esa igualdad de ley y de derecho, sólo una subrogación de fueros hacia otro grupo de poder… Pero Benito Juárez hacía política y la hacía también Maximiliano que era tan republicano o más que Juárez aun siendo de la familia de Hamburgo.

¿O sería a partir de la Revolución Mexicana? ¿Explicarla a través de los científicos, del problema de la sucesión, del cuadillismo hasta la instauración de la institucionalización de los poderes? Francisco Bulnes diciendo que los indios son una raza inferior, José Limantour y el derecho de clases y sus profundos nexos con la clase empresaria extranjera o el mismo Vasconcelos con su xenofobia americana y su nacionalismo centralista. ¿Qué eran estas personas: republicanos, liberales, conservadores, nacionalistas? ¡Ah! Aun por ahí merodean Creel y Reyes defendiendo su linaje patriota.

Y a pesar de todo ello, no podemos más que aceptar que fueron peones en un juego de poder, en una Teoría de Estado de causas multiples excepto políticas. Todos ellos: Limantour, Bulnes, Bernardo Reyes, Adolfo de la Huerta. El propio Victoriano –pobre estúpido traidor que creyó que era un hombre político. Pero lo mismo fue Santa Anna que fue mucho más patriota que Francisco Madero. O Reyes que nuestro ícono revolucionario Emiliano Zapata.

La complejidad de la política mexicana, y de los pensadores que creaban un Estado, no obedecía a las fuerzas de un ideal de Estado sino a una ideología económica o social: como el racismo y nepotismo científico, o las políticas económicas de los hermanos Flores Magón –al final títeres. Y Madero títere, Huerta títere. Adolfo de la Huerta títere, Obregón y Calles, títeres. O el caudillismo zapatista de repartición de tierras. Pobres imbéciles.

Habría que explicar la evolución práctica de la política a partir de un hecho moderno: la multiplicidad. Sólo mediante la multiplicidad es posible entender y lograr ese salto gigantesco para escapar de la dialéctica del absolutismo y la república, para comprender una política que se mueve en todos los sentidos y permita, sin la menor suspicacia, que coexistan demócratas, republicanos, conservadores y liberales.

En el sentido de la política, la multiplicidad es un salto gigantesco porque logra escapar de la dialéctica que ya carecía de significado. Es decir, frente a la abolición del absolutismo como concepto genérico, y el surgimiento de la república, la multiplicidad permite que la política se mueva en todos los sentidos que quiera sin la menor suspicacia acerca de lo engañosa que es. La multiplicidad, es decir, permite que coexistan demócratas, republicanos, conservadores, liberales. Sí, la creación de ese sustantivo, como dice Deleuze, sería decisivo para escapar a la oposición abstracta de lo múltiple y lo uno, para escapar de la dialéctica y poder pensar lo múltiple a niveles de un Estado puro, no unidades totales perdidas, sino a futuro. Así Russell y Bergson, hablarían de multiplicidad para escapar de la opresión de la dialéctica que no tiene sentido en la política, ni en la física, ni en nada humano. Nuevamente: ¿Republicanos contra demócratas? ¿Qué diablos quiere decir eso?

Pero tampoco eso es suficiente: había que encontrar la forma de hacer una distinción entre los comportamientos uniformes, divisibles pero en igualdad de sus miembros; de los comportamientos más pequeños y discretos, también divisibles mucho más dispersos y desiguales que escapan de la totalización. Así Elías Canetti hace una diferencia entre la masa y la manada. Los científicos porfirianos son una manada; el sindicato de trabajadores al servicio de la educación son una masa.

Entonces tenemos manadas haciendo política, pero también masas haciéndola: masas sigilosas, aparentemente desinteresadas, malignas. Baudrillard les llama el maligno objeto genio de la masa. Sí, en algún momento el hombre político cree que tiene a la masa, que la dirige, que la mueve a su voluntad. Lo que no sabe, pobre diablo, es que la masa gobierna; el objeto domina al sujeto voluntarioso, cargado de todo ese logos político, toda su volición, toda su fuerza, su potencia, no sirven de nada frente a la masa que es esa multiplicidad esquizofréniforme.

Comte descubrió esa característica política y, al observar su complejidad, decidió inventar una nueva ciencia y llamarla sociología. Pero el que Comte fuera lo suficientemente inteligente como para no meterse en problemas y preferir hablar de esa política como sociología, no por ello significa que no exista el hombre político, puramente político del que hablan dulcemente Platón y Aristóteles, aun cuando sea filosofía, esa ciencia que ya no sirve para nada y que es un lujo, como diría un tío –gran economista por cierto pero no político–, de la provincia. No en vano la política actual es de neoliberales expertos en su materia: la política debía evolucionar a multiplicidades: expertos en sociología agraria, sociología urbana, de guetos; expertos en economía monetaria, en economía crediticia, en economía presupuestaria. Pero aun así no se llaman sociólogos agrarios, ni economistas presupuestarios. ¡No! Debe ser: política agraria, política presupuestal o monetaria.

Mi pregunta, en un sentido amplio, es que tiene qué ver eso con la Teoría del Estado, con el hombre político y las doctrinas del derecho y la moral. Verán que el político es un hombre en extinción y la política, como ciencia primordial del bienestar humano, ya no existe. Y en cierta forma no es el problema el hombre político, sino a lo que ha devenido como líder de manada, y a lo que ha devenido la manada y a lo que ha devenido la masa en sí, como ese genio maligno del objeto de acuerdo a Baudrillard dentro de la necesidad de multiplicidades que puedan explicar esos absurdos como república, democracia, federalismo, liberalismo –y sus diferentes ramas en el sentido político no económico–, nacionalismo y globalismo.

Verán, Vasconcelos no era un hombre de Estado, era un filósofo y escribe esta monumental obra de política llamada La Raza Cósmica. Especie de diario, sin embargo en ella habla de las cualidades de esa nueva raza que ya sentía venir en Brasil, en Chile, en Argentina; y también advierte de los peligros y necesidades de los hombres políticos deben enfrentar. Aun siendo un diario, y aun siendo discretamente racista, aborda superficialmente el problema de la Teoría de Estado. Quizá era un libre pensador que aborrecía las instituciones a las cuales servía; quizá por ello estuvo viajando tanto tiempo.

Por el contrario Bulnes era un hombre político, justifica la política en el sentido actual de la palabra –como justificación del uso de la fuerza para la coerción–. Justificó el porfiriato, justificó el racismo hacia el indígena como hombre político. Pero también como hombre político era sólo un títere que se escondió en Cuba tras el fracaso de la sucesión de Madero y que regresó a escribir con su desafortunada elocuencia cuando Adolfo de la Huerta intentó conciliar los grupos de poder mexicano. También como hombre político intentó, en su momento, conciliar, mediante el uso de la política, los grupos que buscaban la sucesión sin éxito: ni el grupo regio ni los científicos estaban dispuestos ha ceder en pro de la tranquilidad y la seguridad del Estado. Pero hay algo peculiar de este hombre de manada, que por un momento lo hizo líder, y es cuando reconoce la necesidad de sacrificar los privilegios de los grupos de poder para salvar las instituciones políticas –el ejecutivo, el legislativo y el judicial– aun cuando ello implicó el alejamiento de los principales líderes de la elite mexicana. Al final Bulnes tuvo razón: Reyes fue asesinado, Madero asesinado, Limantour huyó a refugiar sus demonios en la cuna de la república; también el ejecutivo desapareció temporalmente entre una cruenta guerra de caudillismo, y los poderos judiciales y legislativos sufrieron gravísimos retrocesos que aun actualmente se están pagando.

Cuando, en México, hablamos de política hablamos de todo y de nada; hablamos de lo que está a la vista: corrupción, pobreza, falta de liderazgo; pero también de lo que esconde en las profundidades, la masa como objeto maligno que reboza en confianza, que ha desarrollado su propia Teoría de Estado basada en el cinismo y la ilusión de una pasividad. La multiplicidad sigue ahí bajo la forma de partidos sin ideología, sin un sentido literal de la política; los hombres de manada han desaparecido para dar lugar a las nuevas figuras –héroes de acción– que funcionan al modo que la masa desea. Pobres tontos: creen que se aprovechan de la masa cuando es la masa quien los devora y los mueve a su antojo. Porque verán, cuando se trata de política, la masa es dueña absoluta –en el sentido político. Lo demás, todo lo demás, no es más que ilusión: república, democracia, liberalismo, nacionalismo. Eso nunca existió, y si lo hizo, fue hace muchísimo tiempo. Así, no existe tal cosa como republicanos, ni demócratas, ni siquiera instituciones. Hay absolutismo. Lo absoluto del genio maligno del objeto, de la masa.

Psicopatología caracterológica de las instituciones mexicanas

Vasconcelos, en su libro La Raza Cósmica, culpa al cesarismo latino del fracaso latinoamericano frente al triunfo anglosajón. No sólo culpa a España y Portugal, sino a la misma Francia que, al ceder los territorios de Luisiana, le dio el golpe final a los latinos en el nuevo mundo, permitiendo que los anglosajones conquistaran el pacífico, facilitando la anexión de Nuevo México, Arizona, California y Texas. El análisis de Vasconcelos busca comprender el fracaso de la latinidad en América, explicar la falta de identidad y cómo la derrota ideológica del sajonismo sobre el latinismo puso las primeras columnas del fracaso latino en América. Vasconcelos pone entre los muchos ejemplos al mismo mexicano y su orgullo independentista, sin darse cuenta de que su independencia no se hubiera dado sin los movimientos en otros territorios latinos de América, o aún en la misma Europa. El mexicano, dice Vasconcelos, entiende su identidad ajena a todo lo que le rodea, con una especie de caparazón que niega los orígenes culturales verdaderos del mexicano por sobre los territorios que logra independizar. Porteriormente hablaría sobre la verdadera latinoamerica: Chile, Brasil, Argentina, Pero eso es otra historia. El mexicano, decía Vasconcelos, entiene su identidad ajena a todo lo que le rodea, de ahí, también, que la identidad mexicana sea estéril y vacua, no se distingue ni en los antecedentes españoles ni en los antecedentes indígenas, sino únicamente en el mestizaje, se identifica sólo en sus raíces, ajeno a la raza roja o los latinos europeos. El mexicano, reflexiona Vasconcelos, carece de un sentido claro de identidad, producto de su mismo ser latino como de los conflictos tanto en América como en Europa –España, Portugal, Francia por una parte e Inglaterra como representante de sajonismo. Y ciertamente no es desconocido para nadie la difusión de identidad del mexicano: lo aborda lo mismo Octavio Paz que Heriberto Yépez recientemente por citar a algunos entre cientos. Nuestra literatura fantástica tiene también grandes obras donde se aborda el concepto de identidad mexicana.

En Pedro Páramo se retrata de una manera llena de simbolismo, con una estructura pulida, esta suerte de repetición del fantasma. Y vamos que Juan Rulfo no era psicoanalista ni su libro es un libro con una estructura psicoanalítica. Se trata de un libro de descripción de la personalidad de un pueblo, de su organicidad y organización psíquica pero en ningún momento se decanta por las pulsiones ni los conflictos. Y sin embargo subyacen a la estructura del libro, no porque sea la intensión consciente del autor, sino porque el tema que trata es la personalidad de un pueblo, de un pueblo dentro de México, del propio México llamado . El inconsciente colectivo es incapaz de dejar fuera de sus ecuaciones semióticas estos procesos de construcción de la personalidad. Ya sea en un individuo, o en un colectivo, cual sea éste, existe un proceso formativo del aparato psíquico que llamamos comúnmente personalidad.

Existe un tipo de brutalidad pasiva en la novela Pedro Páramo, no sólo en su fondo sino en su forma. La construcción de la novela, con una temporalidad difusa; sus personajes fantasmagóricos; y el final –¡que magnífico final!– dan cuenta de una escisión cualitativa de toda narrativa, de toda construcción histórica que termina por quedarse en la soledad y el vacío de la estructura límite –borderline. Porque a final de cuentas, todo cuanto se da en relación a México es en relación a sus estructuras y cómo estas estructuras se relacionan simbióticamente entre sí. Desde la llegada de Miguel al pueblo bajo una ceguera hasta la consciencia de su muerte. Pero en todo este proceso se han de tocar los tabús de la sociedad mexicana –y el mayor tabú, el de su cotidianeidad– para ir desmenuzando ese páramo que simboliza la existenciaridad mexicana en donde al final lo innombrable se manifiesta fatalmente.

Frecuentemente escuchamos decir a nuestros políticos, a nuestros analistas políticos, a nuestros amigos en las charlas de café, de ciertos grupos de poder que buscan su beneficio y que se sirven de políticos que sin escrúpulos ceden a las presiones de esos grupos de poder para mantener su estado privilegiado. Nunca he dudado de esto. Sin embargo debo aceptar que no tengo la menor idea de quién es este grupo de poder que se esconde en las sombras como demiurgo decidiendo el destino del país y que usa como marionetas a nuestros gobernantes, legisladores y cortes de justicia. Al final quizá porque, como sucede en Pedro Páramo, todo sea una imaginación de conspiraciones, de situaciones y sean, en realidad, sus propios muertos los que vivan esa pesadilla cotidiana de soledad y aislamiento, víctimas y victimarios de su situación. Quizá no hay futuro en México porque, al igual que en Pedro Paramo, la temporalidad para el mexicano no tiene un carácter histórico: es sólo una aldea muerta en donde todos están muertos, incluso el narrador, y sus calles y campos son recorridos únicamente por las ánimas y los ecos capaces de fluir sin límites en el tiempo y en el espacio como dice el propio Rulfo de su novela.