lunes, 19 de diciembre de 2011

La revolución sindical en México: Entre el imperialismo y charrismo sindical

I.- El triunfo de la revolución sindicalista

A finales del siglo XIX varios líderes obreros mexicanos comenzaban a mirar el sindicalismo mundial, especialmente el americano con el cual tenían mucho más contacto que con el europeo. Para los movimientos obreros mexicanos quedaba claro que, con la autocracia imperante, era imposible lograr los objetivos laborales derivados de la revolución industrial que habían surgido a mediados del siglo XIX por las ideas de Marx y Engels. Las primeras ideas de un derrocamiento de Díaz ya están documentados desde de la década de los 1880-1890, por Samuel Gompers líder de la American Federation of Labor quien conocía los movimientos obreros panamericanos desde 1883, y quien asegura que por lo menos en tres ocasiones se acercaron a él obreros mexicanos para pedir consejo sobre sus planes de derrocar a Díaz. Resulta trágico –en el sentido griego– pensar que Díaz quien logró una industrialización parcial de México, especialmente en relación a la industria minera, ferrocarrilera y metalúrgica, fue el origen de estos sindicatos que desarrollaron los primeros connatos de ideología socialdemócrata y progresista en México.
Para finales del siglo XIX y principios del siglo XX, dos doctrinas políticas se confrontaban en el mismo seno de las naciones desarrolladas. El imperialismo y el socialismo, principalmente en su línea progresista, liberal y nacionalista, se enfrentaban en las naciones industriales, la primera en relación con el beneficio económico de la explotación de las colonias y del obrero, y la segunda argumentando libertades sociales y derechos laborales. También es paradójico que, justamente estos movimientos socialdemócratas dentro de los países industrializados, impulsaron aún más el colonialismo con fines a mantener el balance económico de supremacía imperialista. Así, principalmente desde 1870 se comienza un imperialismo que persistiría en muchos casos hasta la década de los 70’s del siglo pasado, y aún en nuestros días bajo la forma de neocolonialismo en muchas naciones del mundo incluyendo, probablemente, la nuestra.
No resulta descabellado pensar que fueron estos movimientos sociales e ideológicos los que dieron lugar a la revolución mexicana. Por una parte el interés expansionista de Estados Unidos sustentado por la doctrina Monroe y la doctrina del destino manifiesto que debía a toda costa mantener américa para los americanos; por el otro la cada vez más agresiva actuación colonialista de las naciones Europeas que tenían intereses en México –lo que no pueden entender los nostálgicos de la Belle Époque es que ésta fue el germen de la Gran Guerra; no terminó la primera guerra mundial con esa esplendorosa época europea, sino que fue su estadio germinal, tan o más convulsivo que la misma guerra, tan “loco” que pocos fueron capaces de ver lo que estaba por venir; por otro el crecimiento obrero mexicano que veía las bonanzas del trabajador americano y las desigualdades sociales del país. México por primera vez se nutría de la ideología de la segunda revolución industrial. Términos como comunismo, anarquismo, socialismo, liberalismo, como doctrinas sociales comenzaban a agitar a los intelectuales y lideres sociales mexicanos.
Varias cosas no son casuales: la constitución de los empleados ferrocarrileros mexicanos en 1890 –los ferrocarriles eran propiedad de compañías americanas–; el descubrimiento del primer pozo petrolero productivo en 1904 –por industriales americanos–; la huelga de Cananea en 1906, –centro minero de Cananea Consolidated Copper Company" (CCCC), propiedad de un coronel estadounidense llamado William C. Greene–, la entrevista de Porfirio Díaz a Creelman en 1908 donde Díaz asegura que México esta listo para una sucesión democrática; así como tampoco lo es que Estados Unidos entrara a la primer guerra mundial el mismo año que se firmará la constitución de 1917 en México y otros países de América Latina.
Así, paradójicamente, también la revolución mexicana se da gracias a dos contextos aparentemente diferentes, el imperialismo americano y el colonialismo europeo; y las políticas progresistas sociales, principalmente el socialismo demócrata –incluidas aquí ciertas posturas económicas anticapitalistas–, el nacionalismo anticlerical y el sindicalismo; aquello que inicia en un inicio como un movimiento social demócrata terminaría en constituirse básicamente en movimiento sindicalista y, por ende, nacionalista.
La consolidación de la revolución mexicana es una consolidación institucional pero hay que dejar en claro que esta institucionalización tiene su base en la constitución sindicalista. Si bien México se constituye políticamente en un estado sindicalista –aún el propio partido en poder durante más de 70 años sería de estructura sindicalista– su política económica es parcialmente liberal, anclada –en coyuntura con ese liberalismo– con las políticas imperialistas norteamericanas. Así dos poderes vendrían a regir el destino de México posterior a la revolución mexicana: el liberalismo sujeto a las políticas americanas y el sindicalismo sujeto a las políticas de los grupos de poder dentro de México.

II.- El sindicalismo en México como grupo de poder

La primera confederación sindical fue la CROM quien postula al poder a Plutarco Elías Calles. Actualmente la CROM tiene afiliados a 250 sindicatos. La CNOP tiene la influencia más poderosa en las cámaras del senado y diputados, así como a la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y la Confederación Nacional Campesina (CNC); se trata del brazo popular del PRI. La Federación de Trabajadores al Servicio del Estado (FTSE) con sindicatos de todas las divisiones de gobierno de los tres poderes surge en 1936 con el apoyo de la CTM. Entre este sindicalismo podemos mencionar al Sindicato de la CFE, de PEMEX, al SNTE, de Ferrocarrileros, cuyo poder durante muchos años ha sido incuestionable. Durante el gobierno de Díaz Ordaz, bajo la amenaza de la fractura de las diversas confederaciones y sindicados se crea el Congreso del Trabajo buscando la unión trabajadora al servicio del Estado. El CT surge contando entre sus filas a los electricistas, a la CTM, la CNOP y FTSE.
La primer muestra clara del poder sindical en México fue el apoyo a Plutarco Elías Calles en sus intenciones presidenciales, la creación del artículo 27 de la constitución sobre los poderes de la iglesia y la creación del Partido Nacional Revolucionario. Probablemente alguna relación con el asesinato de Álvaro Obregón durante su relección. La segunda muestra del poder sindical fue la nacionalización del petróleo por Lázaro Cárdenas, no sin dejar de jugar un papel crucial, la probable entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.
Con la creación de la CTM y la FTSE se consolidaría el poder el estado a través del PRI en México. Durante su dictadura, el PRI tuvo que lidiar por una parte con los sindicatos y por el otro la doctrina liberal americana. No resulta difícil entender el origen del Charrismo en México a diferencia de la evolución de los sindicatos en otros países como España o Estados Unidos. Los sindicatos anarquistas y católicos fueron desarticulados fácilmente y, bajo la presión de la CNOP y la sumisión de la FTSE, el PRI pudo mantener un Estado libre de las amenazas de los movimientos socialdemócratas europeos, comunistas y anarquistas, así como de las injerencias católicas. Por el otro lado, la política liberal del gobierno permitió que Estados Unidos, a pesar de las dificultades durante los años previos a la Segunda Guerra Mundial, pudiera ejercer un control neocolonial sobre México.
Ambos grupos prestaron servicios al Estado para mantener el poder, ya fuera durante el gobierno de Díaz Ordaz y la amenaza de fracturas sindicales y las influencias sociodemócratas y socialistas que convulsionaron a todo el occidente mediante la intervención americana o ya fuera durante el error de López Portillo y la crisis de la OPEP en la cual el gobierno pudo mantener el control político gracias al poder de los sindicatos y contra el disgusto de EUA hacia el PRI.
Efectivamente, principalmente este evento desencadenado a finales de la década de los 70’s hizo evidente el poder de los dinosaurios del PRI y dejó claro que ese poder que estaba detrás del poder no eran otros más que los lideres sindicales que, además, formaban parte de los consejos de las grandes industrias mexicanas que vivían de las licitaciones gubernamentales. El error de López Portillo pudo, en cualquier país democrático, haberle costado la presidencia al PRI, sin embargo gracias a los sindicatos, ni siquiera la injerencia de los Estados Unidos pudo derrocar al PRI. Aun así los EUA no se quedarían con los brazos cruzados y comprenderían que la amenaza a vencer no era al PRI en sí, sino la base sindical que lo mantenía en el poder.

III.- La lucha contra el sindicalismo

El primer intento simbólico de descomponer al Estado priista se da con la postulación del Partido Acción Nacional de Pablo Madero, sobrino de Francisco I. Madero. A partir de ese momento la intención fundamental del PRI sería demostrarle a los EUA que eran aliados indiscutibles, a pesar de lo hecho por López Portillo. La adopción de las políticas keynesianas de base económica neoliberal obligó a un replanteamiento de la estructura política del PRI. Lo primero que quedaba claro es que no se podía adoptar una política keynesiana con un aparato sindicalista tan poderoso. El trabajo de Miguel de la Madrid sería comenzar a desarticular, lentamente, ese gigantesco poder. La diferencia fundamental entre la política liberal del PRI antes del 1982 y la política keynesiana posterior radica justamente en la acción contra los sindicatos para darle mayor poder a la iniciativa privada. De la Madrid sabía que era eso, o una crisis social que sumergiría al país en el caos. La decisión de Miguel de la Madrid fue difícil pero no sería él, demasiado débil para hacerlo, quien la llevaría a cabo. Mientras que durante la política liberal del PRI su papel estuvo restringido a respaldar las inversiones neocoloniales, mantener un clima político y social estable y asegurarse de mantener a ese grupo de poder mexicano contento; la política keynesiana obligaba al Estado mexicano a tomar un rol activo sobre las decisiones políticas, económicas y sociales más allá de las fuerzas obreras y campesinas afiliadas al charrismo. La idea era un Estado que fortaleciera la economía mexicana desligándola lo más posible del neoliberalismo americano, la dependencia petrolera y el control de aquellos líderes sindicales de la base firme del PRI. El hombre elegido para esa tarea era nadie menos que Carlos Salinas de Gortari.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Del porfiriato al salinismo: el error de López Portillo

Una de las preguntas más importantes en relación a los últimos 30 años de gobierno en México es el ascenso de los tecnócratas y el fuerte castigo que sufrieron las instituciones que se desarrollaron como consecuencia de la revolución mexicana. El salinismo no es el inicio; ya Miguel de la Madrid, moderadamente, y bajo la presión de los grupos de poder en México, intento iniciar la era tecnócrata en México y adoptar ciertas posturas neoliberales que había aprendido en sus años de estudio en Harvard. Algo queda claro al respecto: la fractura se da a partir de López Portillo. Es al término del mandato de López Portillo que se hace necesario un replanteamiento de las teorías socioeconómicas que manejaba el PRI desde sus orígenes, con Plutarco Elías Calles, con el mismo Lázaro Cárdenas y posteriormente con los cachorros de la revolución que dieron ligar al milagro mexicano. Es decir, teorías que derivaban directamente de la revolución mexicana y también aquellas que derivaban de los resultados de esta revolución.

Lo primero es entender que la revolución fue un hecho sociopolítico que iba más allá de las inocentes intenciones de Francisco I. Madero de sufragio efectivo y no reelección o la ideología anarquista utópica de los hermanos Flores Magón. Para los tiempos en que Díaz anuncia que el país estaba preparado para una sucesión democrática, es importante entender el contexto en que esto se da. Su entrevista en 1908 a James Creelman, no es casual: era producto de una presión intensa por parte del aparato político y militar americano que, al igual que las potencias mundiales, buscaba formas de autoridad imperial y expansionismo. En aquellos tiempos las mayores inversiones eran francesas y alemanas, seguidas de las americanas y las inglesas. La visión geopolítica estaba regida por una política colonial y México, para estos países, representaba una potencial colonia aunque ciertamente no el sentido literal del término. A final de cuentas, Porfirio Díaz había servido con eficacia a los intereses del capital, de la autoridad y del clero. Pero estos intereses no eran americanos sino europeos principalmente. Para esos momentos quedaba claro que la situación se volvía cada vez más tensa en Europa y la posibilidad de hostilidad se vislumbraba a lo lejos. Para los Estados Unidos, que para entonces se habían vuelto una potencia económica y comercial, era prioritario el clima político de México, no por las desigualdades que existían sino porque contravenían su doctrina democrática, además de que la autocracia operante le daba preferencia a la inversión e intenciones europeas. La verdad es que ya fueran francesas o alemanas, los americanos no podían correr el riesgo de un colapso social en México que permitiera, bajo argumentos económicos, una nueva invasión como la francesa. Las presiones americanas de la democratización mexicana calentaron el fuego de la revolución permitiendo la emergencia de partidos políticos como el nacional antirreleccionista y el partido liberal mexicano. Lo demás es historia. La amenaza maderista incitó el apoyo americano para que se diera la decena trágica, posteriormente un caudillismo de lucha de poder, lo cual sumió al país, durante la Gran Guerra en caos le siguió hasta la consolidación que logra Elías Calles. Ciertamente se tomaron, en forma parcial, ideas tanto de los hermanos Flores Magón, como de Madero o Zapata, o, aún también, Villa. México se constituye a partir de ese momento en un país ambiguo, con ciertas doctrinas anticlericales y anticapitalistas de los Flores Magón; un aparente sufragio efectivo y no reelección, una redistribución de las tierras y un nacionalismo patriótico antiamericano. Todo ello es anecdótico y hasta cierto punto vacío. Lo verdaderamente rescatable de la revolución mexicana es el proceso de institucionalización que se da dentro de los aparatos sociales, económicos y productivos. Iniciando por la institucionalización del partido en el poder a la institucionalización de los sindicatos, todo esto permitió que México operara bajo una aparente democracia socialista.

A diferencia de los sucedido en América, donde los sindicatos se unen a los empresarios para ejercer su influencia en el gobierno como lo señala Marcuse, en México se da el Charrismo con lo cual se inicia la era de corrupción política y social que caracterizaría al país y al PRI. Los grandes logros del milagro mexicano de la década de los cuarentas a los sententas se da gracias al Charrismo que se caracterizaba por un apoyo incondicional de los líderes sindicales a cambio de ciertos privilegios. Desde el punto de vista político y macroeconómico pareció ser una excelente solución a las confrontaciones obrero-patronales y frente a las autoridades. La marginación política del clero también fue de decisiva y el permiso del ingreso de nuevas corrientes religiosas al país. Sin embargo, las instituciones creadas a raíz de la revolución no sólo dan lugar a una profunda corrupción política sino a un grupo de privilegiados que posteriormente serían conocidos como los dinosaurios del PRI. Desde Alemán hasta López Portillo la ideología del partido no sufrió modificaciones permitiendo el desarrollo de México, mediocre, pero al parecer armónico y socialmente equitativo –por lo menos a los ojos de los intereses americanos. Nuevamente, nunca se hizo tan patente el poder del petróleo para la maquinación y negociación política como en la década de los setentas, no sólo en México sino especialmente con los países de la OPEP. López Portillo abusó de este poder, dejando un México con una crisis económica que, por primera vez, dejo ver el cinismo y la hipocresía de los resultados de la revolución. Los mexicanos se dieron cuenta del engaño al que habían estado sujetos. El gobierno de López Portillo no sólo desintegró la economía mexicana sino que desenmascaró un gobierno fraudulento y políticas sociales y económicas que no habían cambiado mucho de las previas al porfiriato. Pues, que el costo del gobierno de López Portillo fue poner al descubierto la farsa del PRI y del gobierno mexicano en todos sus rubros.

La tarea que le quedaba a Miguel de la Madrid era difícil: por una parte mantener ese charrismo que mantenía la estabilidad social y por otra, poder adoptar las políticas económicas keynesianas que parecían dar frutos en países como Inglaterra, Francia, Alemania y España. La fórmula era clara: una política tecnocrática que mantuviera en orden los asuntos especializados del gobierno en relación a la macroeconomía y geopolitica, una política económica keynesiana que lograra conciliar los intereses de esos grupos privilegiados, y una política social populista en las zonas marginadas y de extrema pobreza. Todo esto no lo comienza Salinas, sino que inicia al final del gobierno de López Portillo quien designa a Miguel de la Madrid como presidente buscando comenzar ese cambio radical de las instituciones producto de la revolución. Lo que no sabían los tecnócratas y, parecen aun no saberlo, es que esas instituciones no sólo son grupos organizados de poder sino que son el país mismo en sus raíces, un país que surge con la revolución mexicana.