miércoles, 16 de noviembre de 2011

La doctrina Keynes y la instauración de la política del dinero

En 1979 estaba en el poder López Portillo. Irán se convertía en un estado clerical y sufría una convulsión política y social; Egipto e Israel hacían un pacto de paz lo que suponía el cese de las intenciones árabes de eliminar el estado hebreo; Margharet Thatcher se volvía la primer ministro británica y la URSS invadía Afganistán en una ocupación que duraría hasta 1988. Ese año nací yo, un ocho de octubre. México se encontraba en el “milagro económico” derivado de los conflictos en el medio oriente. El precio del petróleo le permitió al país adquirir grandes préstamos y endeudarse sin preocupaciones, se modernizó el Estado, se desarrollaron diversos programas de desarrollo social como COPLAMAR y se buscó afianzar el poder adquisitivo de la clase bajo y media. Fueron años de bonanza de 1979 a 1981 que le dieron la libertad a Portillo de manejar una política exterior más liberal sin las presiones directas de EUA a las cuales México estaba acostumbrado. Se fortalecieron las relaciones con El Caribe, especialmente con Cuba, y con países de Centroamérica en plena convulsión sociopolítica, y bajo la intervención encubierta de la CIA en Nicaragua, Panamá o el Salvador.

Carter, en EUA, jugaba el rol de mediador internacional de los conflictos sociopolíticos con una doble máscara. En ningún gobierno americano fue tan evidente la visión política de EUA como en los años de Jimmy Carter: esa dualidad entre decir que están en contra de intervencionismo pero hacer lo contrario. A Carter le tocó presionar las políticas de desarrollo de Portillo pero él mismo con la presión derivada del embargo árabe petrolero a los países desarrollados. Durante los años intermedios de Portillo, tuvo bajo la manga el As del petróleo lo que le permitió poner en práctica diversos programas que contravenían los intereses políticos americanos.

En los ochentas comienza la era keynesiana en el continente americano –contrario a lo que se podría pensar– con dos experimentos fascinantes: uno la crisis latinoamericana de mediados de los ochentas y el otro, la crisis económica nipona y la ruptura de su burbuja financiera. Las teorías de Keynes quedaban demostradas, no por su validez económica sino por su validez política en la creación de la oferta y la demanda. La Era del Estado capitalista se instauraba, de una vez por todas, y profundamente arraigada en los países periféricos con el incremento de sus reservas monetarias y los países centrales con la reducción de sus tasas de interés hasta niveles cercanos al 0% –principalmente Japón, pero actualmente lo podemos ver inclusive en EUA. Sería Jimmy Carter, y posteriormente Reagan, quienes se encargarían de hacer ver este Keynesianismo descarnado como un neoliberalismo cuando en realidad éste siempre ha sido una ilusión política más que una materia de la economía moderna. Así las políticas económicas son derivadas del Estado; y en México han seguido un modelo de Estado Capitalista, dirigido por una pequeña clase privilegiada que dicta, a través de la demanda –una demanda creada por la oligarquía económica–, la oferta. La clase política, posterior a Portillo, se vuelve en el instrumento del Estado para los intereses económicos de las teorías Keynesianas y los grupos de poder económico usan las figuras políticas para determinar la dirección de un Estado al servicio de la doctrina Keynesiana. Con López Portillo terminan los ideales revolucionarios y se instaura el servilismo político que busca mediar las paradojas de una economía de capital en donde la demanda es creada por los Estados, y la oferta está supeditada a los intereses económicos de los poderosos.

Es en los ochentas que el concepto de Estado toma una dirección radicalmente diferente a la constituida posterior a la Segunda Guerra Mundial. Lo digo nuevamente, la doctrina de Keynes no surge en la postguerra, sino en los ochentas con dos pequeños experimentos económicos, y la creación de una zona de alto conflicto en el medio oriente.

La creación de un estado clerical en medio oriente, el cargo de primer ministro de Margharet Thatcher, la invasión soviética de Afganistán y el cese de hostilidades entre Egipto e Israel son hechos que menciono en mi introducción no de forma casual sino por las implicaciones que tienen en el contexto del nuevo orden sociopolítico que surge en los ochentas. Con Thatcher comienzan una serie de privatizaciones estatales que a todas luces buscaban reducir el poder de los sindicatos británicos y en consecuencia de la clase trabajadora. Más allá del éxito de esas empresas privatizadas, la tarea de Thatcher permitió entender el rol del Estado tradicional en la nueva era neoliberal. El apoyo del primer ministro a Reagan para colocar misiles en Gran Bretaña, era una clara demostración de los intereses económicos que subyacían a los políticos. Mantener una guerra fría le permitió a Inglaterra someter los intereses populares al terror de una amenaza comunista. El pueblo inglés probaba de forma abierta por primera vez, la política de un Estado de Terror y el secuestro de sus intereses y garantías sociales y políticas para el beneficio de esos pequeños grupos de poder bajo la amenaza de la destrucción masiva. Nuevamente vemos que la doctrina de Keynes se aplica en su forma más clara: la creación de una demanda –entiéndase el fin del terror comunista– creaba una oferta: la posibilidad de la privatización de empresas estatales y el debilitamiento sindical y de la clase trabajadora. La condición era mantener un flujo continuo del gasto y consumo, lo cual estaba contemplado por la doctrina de Keynes. Pronto la política de Thatcher se expandió por el mundo, principalmente en Latinoamérica y, especialmente, en México con Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari.

Por otro lado, el caso iraní. La revolución islámica nos muestra una ruptura con el Estado de Terror creado por Carter y Reagan y secundado por los países occidentalizados. Ante la disyuntiva de un estado comunista o un estado capitalista, el surgimiento de un estado islámico en todo el sentido de la palabra guarda también una significancia de primer orden. La República Islámica de Irán es, ante todo, una forma de gobierno divino, pero con la estructura constitucional democrática. Irán es, entre todos los Estados Árabes, único por la organización social, política y cultural de su pueblo. Es, por decirlo de forma simple, un tercer camino claramente definido ante las opciones del comunismo y capitalismo. El Estado europeo, por ejemplo, no carga los matices sociales ni culturales de la verdadera política sino que es regido por las bases económicas de quienes sustentan el poder. Se trata de gobiernos al servicio de la economía y su política de estado es una política de economía –la economía monetaria que actualmente se encuentra al punto del colapso–; de la misma manera, la política comunista no obedece a intereses sociales sino económicos. La política de la URSS estaba encaminada al dominio económico sujeto a las leyes marxistas mientras que la política china muestra los tintes económicos de un imperio expansivo muy similar al de los EUA. En 1979 triunfa la revolución islámica como una forma organizacional de política alejada de las teorías económicas socialistas o capitalistas; aún con todo el apoyo norteamericano hacia el Shah triunfó la revolución iraní –hablamos de un fuerte apoyo económico para el desarrollo de Irán. Posteriormente EUA apoyaría inclusive a Irak y Saddam Hussein para intentar derrocar el estado islámico en Irán. El estado Iraní representa, frente al poder capitalista, una fractura a la lógica keynesiana. No es pues casual, el interés occidental por destruir a la nación islámica: cualquier fractura a la lógica keynesiana implica una crítica abierta y peligrosa a la doctrina keynesiana. Ante esta posibilidad, y un contagio en países vecinos, la aceptación del estado hebreo en el medio oriente también significó mucho. El tratado de paz egipcio-israelí fue un golpe inesperado para el pueblo islámico. Dentro de los beneficios para Egipto, el más importante quizá, fue el acceso a armamento occidental, americano, francés e inglés y poder gozar, en la actualidad, del mismo nivel de armamento que los judíos. En cuanto al odio antisemita, crece día con día entre la población árabe, especialmente en Jordania, Egipto, Siria y el Líbano. Para muchos es inexplicable como Egipto aceptó –fue el primer país árabe en hacerlo– firmar un tratado de paz con un país con el cual estaba en estado de guerra desde 1948. Anwar el-Sada, egipcio que firmó el tratado fue asesinado en 1981 por radicales musulmanes egipcios de la Yihad, y los pocos años que vivió posterior a la firma, fue impopular y despreciado por su pueblo. Tratar de entender los motivos por los cuales Egipto hace la paz con Israel me resulta imposible. Una cosa, sin embargo me queda clara, está paz está a punto de terminar y el Egipto de 1948 no es el Egipto actual.

Historia ahora antigua, sin embargo, la invasión soviética a Afganistán buscó en su momento ampliar las bases comunistas en el medio oriente. Parte de la guerra fría entre la URSS y EUA, esta guerra paradójicamente alimentó el fundamentalismo islámico.

Nací en 1979, los años que lo rodearon fueron paradójicos, desde la revolución islámica en Irán, el tratado de paz egipcio-israelí, la política externa de Jimmy Carter, las políticas económicas de Thatcher y el sexenio de López Portillo, con los ochentas, envuelto en contradicciones y paradojas, se constituye el sistema de Estado actual en el cual, siguiendo la doctrina de Keynes, es el Estado el que determina la demanda para a su vez, determinar la oferta. Para México, es el fin de la identidad revolucionaría y el principio de la política de la economía. Para el Mundo, el inició de una crisis que parece no tener solución y que parece conducir, inevitablemente a la catástrofe.

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