martes, 24 de enero de 2012

De la revolucion mexicana al Estado fallido actual

Seamos claros. La revolución mexicana no dejó nada bueno al país: los objetivos sociodemocráticos fallaron, la institucionalización del Estado se volvió un nido de corrupción e impunidad y aún el desarrollo económico e industrial quedó supeditado a las políticas americanas y los intereses de compañías monopólicas que no tenían el interés de un desarrollo social. El proyecto de nación del PRI se mantuvo gracias a la enorme maquinaria que construye el Estado de empresas paraestatales, empresas estatales y burocracia. Cuando termina el gobierno de López Portillo, e inicia el tacherismo y las políticas más activas del gobierno mexicano en relación a la dirección social e económica del país –que nuevamente repito, se vislumbraba desde lo dicho por Luis Echeverría– comienza una crisis política interna dentro del partido en el poder. Las corrientes más liberales, asociadas con los empresarios, comenzaron una política privatizadora mientras que las corrientes conservadoras del partido seguían defendiendo el charrismo y pugnaban por el control estatal de diversos sectores estratégicos. Podríamos decir que la política neoliberal fue iniciada por Miguel de la Madrid, ejecutada por Salinas de Gortari y consolidada por Ernesto Zedillo. Fueron épocas de suma violencia tanto dentro, como fuera del partido. Hubieron ejecuciones, encarcelamiento, y golpes directos a hombres altamente influyentes en la política nacional (tanto políticos como empresarios). El último esfuerzo de una democratización social del país se quedó en los sueños de un presidente incapaz de entender las políticas económicas de los 70’s y 80’s: López Portillo.
La política neoliberal tenía la característica única de que cualquier interés social era determinado por su utilidad económica. El desarrollo de infraestructura en México era parte necesaria de un proyecto de nación que buscaba la apertura económica de un país cada vez más asfixiado en su propia mediocridad y mandar un mensaje de prosperidad al mundo para promover las inversiones. Se trata de un intento también en parte de alejarse un poco de la dependencia absoluta al mercado americano. Nadie puede negar el desarrollo profundo que se dio a nivel social en México durante la época de los doctores en economía. Una pregunta siempre será qué tan buena o mala fue la decisión de tomar ese camino. Desde mi punto de vista, las políticas de Salinas y Zedillo permitieron que México estabilizara una economía en bancarrota, que lograra una globalización económica de la inversión y se consolidaran las grandes industrias mexicanas. Por el otro lado se aumentó el gasto social inútil, sin fomentar el desarrollo social sustentable, se afectaron los derechos laborales y se polarizó mucho más la sociedad. Hubo un remate de compañías a personas privilegiadas afines a los políticos en turno, esto aún en los mandatos de Vicente Fox y Felipe Calderón. De hecho, los gobiernos del PAN no han sido más que una continuidad ignorante de las políticas cuidadosamente dirigidas de los presidentes priistas. Democráticamente hubo cambios parciales, especialmente en los estados con mayor desarrollo social como el Distrito Federal, Nuevo León y Guadalajara. El gravísimo error de los presidentes keynesianos fue no prever que el Estado estaba controlado por grupos poderosísimos tanto sindicales como empresariales, así como por la influencia de los Estados Unidos. Nuevamente quiero pensar que tanto Salinas como Zedillo, obraron con las mejores de las intenciones en términos de nación. El FOBAPROA, tan criticado por el pueblo y los opositores, es una pulga comparada con el rescate americano de los Quantitative Easing americanos; la desarticulación de varios sindicatos poderosos, entre ellos el de la Quina, era necesario para poner un ejemplo de la nueva actitud del ejecutivo frente a los “poderosos”. El encarcelamiento de Raúl Salinas también fue un mensaje de una visión de gobierno que se oponía al maniqueísmo tan de costumbre en nuestra nación. En este sentido, nuestro Estado ciertamente se volvió más democrático y moderado en sus posturas, su economía abandono su estructura liberal pura para permitir una intervención más concreta y dirigida de los Pinos.
La entrada del PAN al gobierno es ambivalente: significa el fin de una dictadura tiránica pero también el comienzo de un Estado de ingobernabilidad, de mediocridad y de continuidad ignorante de las políticas liberales. El principal problema de los gobiernos panistas fue su pobre entendimiento de las políticas liberales de los priistas, y la idea de un retorno a liberalismo al estilo de Adam Smith. Al PAN no se le puede perdonar el retroceso profundo en políticas económicas, sociales y políticas. Si él PRI previo a López Portillo se había caracterizado por una política de no intervención económica pero con un control social radical; y si al PRI posterior a López Portillo se le caracterizo por una apertura controlada de la economía y una flexibilización de las políticas sociales; con el PAN se da un liberalismo absoluto y un descontrol social y político sin precedentes. Vicente Fox dejó detrás de sí una crisis social profunda, un desaliento y una sensación de frustración. El gobierno tuvo que gastar muchísimo dinero y usar todo el aparato político del Estado para lograr que Calderón saliera “triunfante” en las elecciones del 2006. Viejas prácticas políticas priistas con una nueva forma de gobierno: la de la ineficacia. Pues, los pequeños logros priistas en términos de democracia se fueron para abajo con la entrada del PAN al gobierno; los logros en términos de apertura económica y mejoría de las finanzas se fueron al suelo. Tanto Fox, como Calderón, han mostrado que no tienen definido una visión de nación y que actúan por la inercia de sondeos y las presiones de aquellas personas que los favorecieron en sus campañas. La gobernabilidad en México está ausente: no hay democracia, no hay una estructura social cívica y no hay una política económica a largo plazo.
Sí, la revolución no dejó nada más que sueños; inició la era de las instituciones corruptas y del charrismo; del maniqueísmo y de la represión. No hubo cambios democráticos ni sociales. El PRI dejó tras de sí una estela de dinosaurios hambrientos de poder y le abrió el paso a un gobierno que nos tiene sumidos en un estado fallido. El futuro es negro. Un regreso del PRI al poder significaría la emergencia de la tiranía dinosaúrica o, el retorno de las políticas salinistas que provocaron levantamientos en medio país; mientras que la continuidad del PAN en el gobierno podría significar el inicio de una nueva revolución con mucho más muertos de los que actualmente se han reportado.

jueves, 12 de enero de 2012

De la institucionalización sindical al Quinazo

La institucionalización en México, como resultado de la Revolución Mexicana, desarrolla las bases de control social dirigidas por los líderes sindicales. Pero la Revolución Mexicana también trae consigo un compromiso no escrito con los Estados Unidos, una suerte de acuerdo mutuo de protección –frente a los crecientes intereses coloniales europeos previos a la Primer Guerra Mundial– a cambio de respetar los intereses americanos en el país, el continente y en el ámbito mundial. Como lo he planteado en otros artículos anteriores. El gobierno del México postrevolucionario se desenvolvería bajo las presiones de dos poderes superiores: la influencia neocolonialista americana y el poder sindical mexicano. No encuentro otra forma de llamar a esta época de la vida mexicana sino como una Oligarquía neocolonial. El espíritu demócrata pronto sería sepultado por la corrupción política de los líderes sindicales, los empresarios alineados al partido del poder y las presiones americanas. Los logros sociales son mínimos –observándose principalmente en las compañías pertenecientes al Estado–; el desarrollo nacional es prácticamente inexistente con excepción de aquellos centros de fuerte influencia económica como Guadalajara, Monterrey y el Distrito Federal; en el resto del país la única opción real de prosperidad era pertenecer a alguna empresa del sector público y de hecho en la actualidad muchos estados del país –Yucatán, Campeche, Villahermosa, Puebla, Oaxaca, Chiapas, Veracruz, San Luis Potosí, Querétaro entre los que conozco, y muy probablemente en todos– siguen viviendo bajo este modelo de desarrollo: maestros normalistas, médicos del IMSS, del ISSSTE, de la SS, trabajadores de la CFE, PEMEX, en su momento TELMEX, de los gobiernos municipales, estatales y federales, etc. Pronto el gobierno se volvió una estructura obesa que se fortalecía de trabajadores que estaban afiliados a sindicatos al servicio y que eran servidos por el partido del poder y el trabajador se convirtió en un instrumento paradójico: de coerción pero coercido por la necesidad. El contraste se observó principalmente en el sector manufacturero y de materias primas: contratos privilegiados a compañías americanas, aranceles inequitativos, vetos a las exportaciones mexicanas que afectaran el consumo americano y veto a aquellas compañías privadas que pudieran competir contra las empresas americanas ya establecidas en el país. El desarrollo sustentable del país fue nulo: no hubo industria farmacéutica, petroquímica, automotriz; los subsidios al campo fueron parciales y protegían a los intermediarios y las grandes compañías agrícolas y agropecuarias. En el área educativa el sindicato de maestros hacía y deshacía a su gusto, los niveles de analfabetismo eran altísimos, la cobertura mínima y la calidad de la educación era pésima –y todo esto aún lo sigue siendo.
Durante la época dorada mexicana el desarrollo económico mexicano tuvo un costo exorbitante: por una parte el profundo arraigo de la corrupción a todos los niveles, la censura política, informática e inclusive la represión y el incremento exponencial de la deuda pública. Por otro lado, un costo importante y poco analizado, fue el aislamiento que sufrió el país de los movimientos sociales a nivel mundial: parte producto de la televisión, parte por el aparato represor político, parte de la misma idiosincrasia mexicana. El México previo a López Portillo se caracterizaría por su folclor, un nacionalismo infundado y un enajenamiento de los movimientos económicos y políticos a escala global. Durante la primavera del 68, el movimiento francés de revolución intelectual, los movimientos en Europa del Este, los connatos de nacionalismo musulmán en medio oriente, todo ello sería observado con pasividad por México. Los pocos movimientos de corte social radical que se producirían del 1968 a 1972 serían aplastados consecutivamente por Díaz Ordaz y Echeverría con el apoyo de la CIA; consecutivamente durante toda la época dorada del país, estos poderes afianzarían la dictadura política del partido PRI: frente a amenazas externas, la CIA; frente amenazas internas y las amenazas americanas, los sindicatos y sus lideres –en su mayoría sino en su totalidad, también miembros del poder legislativo. México vivió la gloria del Mundial, de las Olimpiadas como espejismo de la universalidad mexicana. La realidad social, hasta la entrada de López Portillo, era la de una oligarquía neocolonial y un aislamiento sociopolítico profundo. Y me refiero a López Portillo porque es a partir de su gobierno que se da en México una fractura del PRI-ismo como se vivía, en especial en lo que toca a la relación especial con los Estados Unidos; pero también porque es durante principios de los ochentas que el mundo sufriría un cambio drástico en su estructura geo socio-política.
Existen hechos de suma complejidad en el gobierno de López Portillo como es la reforma democrática y las crisis petrolera y monetaria mexicanas. Todos estos eventos son, por diversas razones difíciles de explicar. En principio porque se dan en el contexto de un México aislado globalmente; otra razón porque contradicen las políticas hasta ese momento usadas por el gobierno mexicano. Por una parte pensaría que la amistad entre Echeverría, quien estaba profundamente enemistado con la clase empresarial, y López Portillo fue un factor importante. La ideología socialdemócrata del primero, y el nacionalismo del segundo podrían explicar en parte las decisiones tomadas en su gobierno. Un hecho que me queda claro es que, dentro del margen estrecho en que los gobernantes mexicanos podían maniobrar –entre las presiones de los grupos de poder y las presiones extranjeras–, los presidentes mexicanos siempre obraron de acuerdo a una ideología cívico-moral y no por sus puros intereses personales. Creo que firmemente, que aun en su corrupción y maniqueísmo, existía un profundo compromiso con la idea de un México grande. En este sentido quizá mucho se podría explicar más por la propia idiosincrasia del mexicano, acomplejado, que por los abusos o excesos a título personal de los gobernantes. Mexicanos, como son, hasta los presidentes sufren el yugo de su hispanidad y han cometido históricamente los mismos errores de toda la cultura latina –el cesarismo, el orgullo y la pasividad latina–, ya se la de Hispanoamérica, la de Francia, Italia, España o Portugal.
Volviendo a los cambios que se producen en el gobierno de López Portillo, considero que son producto de una ideología socialdemócrata y nacionalista y que su mayor error fue haber desafiado la supremacía americana. Considero que tanto la crisis petrolera, como la crisis monetaria mexicana fueron provocadas por Estados Unidos. Que lo que salvó el gobierno priista fue la base sindical tan fuerte que existía en ese momento y que de no haber sido por los sindicatos, tanto el poder empresarial, como el poder americano, hubiesen optado por la alternancia política. Quizá el mismo Portillo tuvo una visión de esta posibilidad y por esa razón promueve una reforma democrática que va en contra del totalitarismo priista. Cuando Portillo deja el poder, para el gobierno americano quedó bastante claro que debía, a toda costa, debilitar las bases sindicales si quería evitar un hecho como el sucedido durante la crisis de la OPEP y la apertura global mexicana. Tanto el antecedente de Echeverría que rompería con la tradición de que el secretario de Hacienda sería el próximo presidente, como su aseveración de que la economía mexicana de ahora en adelante sería dictada por Los Pinos son ya llamadas de atención de las intenciones socialdemócratas de corte popular que vendrían en el futuro. En cierta forma, lo que dijo Echeverría se cumplió con Portillo, pero el costo de esa liberación parcial de las políticas económicas fue muy alto, una devaluación exorbitante del peso, un aumento de la inflación y de la deuda publica que puso en contra del gobierno no sólo a la clase empresarial, sino también a una gran parte de la población que no gozaba los privilegios de pertenecer a los sindicatos afiliados al Estado. La crisis desatada por las decisiones políticas y económicas de Portillo obligaron al Estado a pedir prestamos a Estados Unidos. Entre las muchas condiciones que pusieron se encontraba un presidente formado en la cúpula académica americana, Miguel de la Madrid, quien había recibido formación en Harvard y comenzaría una serie de reformas antisindicales que culminarían con la introducción del famoso Quinazo de Salinas de Gortarí.
Pero eso es otra historia.