jueves, 12 de enero de 2012

De la institucionalización sindical al Quinazo

La institucionalización en México, como resultado de la Revolución Mexicana, desarrolla las bases de control social dirigidas por los líderes sindicales. Pero la Revolución Mexicana también trae consigo un compromiso no escrito con los Estados Unidos, una suerte de acuerdo mutuo de protección –frente a los crecientes intereses coloniales europeos previos a la Primer Guerra Mundial– a cambio de respetar los intereses americanos en el país, el continente y en el ámbito mundial. Como lo he planteado en otros artículos anteriores. El gobierno del México postrevolucionario se desenvolvería bajo las presiones de dos poderes superiores: la influencia neocolonialista americana y el poder sindical mexicano. No encuentro otra forma de llamar a esta época de la vida mexicana sino como una Oligarquía neocolonial. El espíritu demócrata pronto sería sepultado por la corrupción política de los líderes sindicales, los empresarios alineados al partido del poder y las presiones americanas. Los logros sociales son mínimos –observándose principalmente en las compañías pertenecientes al Estado–; el desarrollo nacional es prácticamente inexistente con excepción de aquellos centros de fuerte influencia económica como Guadalajara, Monterrey y el Distrito Federal; en el resto del país la única opción real de prosperidad era pertenecer a alguna empresa del sector público y de hecho en la actualidad muchos estados del país –Yucatán, Campeche, Villahermosa, Puebla, Oaxaca, Chiapas, Veracruz, San Luis Potosí, Querétaro entre los que conozco, y muy probablemente en todos– siguen viviendo bajo este modelo de desarrollo: maestros normalistas, médicos del IMSS, del ISSSTE, de la SS, trabajadores de la CFE, PEMEX, en su momento TELMEX, de los gobiernos municipales, estatales y federales, etc. Pronto el gobierno se volvió una estructura obesa que se fortalecía de trabajadores que estaban afiliados a sindicatos al servicio y que eran servidos por el partido del poder y el trabajador se convirtió en un instrumento paradójico: de coerción pero coercido por la necesidad. El contraste se observó principalmente en el sector manufacturero y de materias primas: contratos privilegiados a compañías americanas, aranceles inequitativos, vetos a las exportaciones mexicanas que afectaran el consumo americano y veto a aquellas compañías privadas que pudieran competir contra las empresas americanas ya establecidas en el país. El desarrollo sustentable del país fue nulo: no hubo industria farmacéutica, petroquímica, automotriz; los subsidios al campo fueron parciales y protegían a los intermediarios y las grandes compañías agrícolas y agropecuarias. En el área educativa el sindicato de maestros hacía y deshacía a su gusto, los niveles de analfabetismo eran altísimos, la cobertura mínima y la calidad de la educación era pésima –y todo esto aún lo sigue siendo.
Durante la época dorada mexicana el desarrollo económico mexicano tuvo un costo exorbitante: por una parte el profundo arraigo de la corrupción a todos los niveles, la censura política, informática e inclusive la represión y el incremento exponencial de la deuda pública. Por otro lado, un costo importante y poco analizado, fue el aislamiento que sufrió el país de los movimientos sociales a nivel mundial: parte producto de la televisión, parte por el aparato represor político, parte de la misma idiosincrasia mexicana. El México previo a López Portillo se caracterizaría por su folclor, un nacionalismo infundado y un enajenamiento de los movimientos económicos y políticos a escala global. Durante la primavera del 68, el movimiento francés de revolución intelectual, los movimientos en Europa del Este, los connatos de nacionalismo musulmán en medio oriente, todo ello sería observado con pasividad por México. Los pocos movimientos de corte social radical que se producirían del 1968 a 1972 serían aplastados consecutivamente por Díaz Ordaz y Echeverría con el apoyo de la CIA; consecutivamente durante toda la época dorada del país, estos poderes afianzarían la dictadura política del partido PRI: frente a amenazas externas, la CIA; frente amenazas internas y las amenazas americanas, los sindicatos y sus lideres –en su mayoría sino en su totalidad, también miembros del poder legislativo. México vivió la gloria del Mundial, de las Olimpiadas como espejismo de la universalidad mexicana. La realidad social, hasta la entrada de López Portillo, era la de una oligarquía neocolonial y un aislamiento sociopolítico profundo. Y me refiero a López Portillo porque es a partir de su gobierno que se da en México una fractura del PRI-ismo como se vivía, en especial en lo que toca a la relación especial con los Estados Unidos; pero también porque es durante principios de los ochentas que el mundo sufriría un cambio drástico en su estructura geo socio-política.
Existen hechos de suma complejidad en el gobierno de López Portillo como es la reforma democrática y las crisis petrolera y monetaria mexicanas. Todos estos eventos son, por diversas razones difíciles de explicar. En principio porque se dan en el contexto de un México aislado globalmente; otra razón porque contradicen las políticas hasta ese momento usadas por el gobierno mexicano. Por una parte pensaría que la amistad entre Echeverría, quien estaba profundamente enemistado con la clase empresarial, y López Portillo fue un factor importante. La ideología socialdemócrata del primero, y el nacionalismo del segundo podrían explicar en parte las decisiones tomadas en su gobierno. Un hecho que me queda claro es que, dentro del margen estrecho en que los gobernantes mexicanos podían maniobrar –entre las presiones de los grupos de poder y las presiones extranjeras–, los presidentes mexicanos siempre obraron de acuerdo a una ideología cívico-moral y no por sus puros intereses personales. Creo que firmemente, que aun en su corrupción y maniqueísmo, existía un profundo compromiso con la idea de un México grande. En este sentido quizá mucho se podría explicar más por la propia idiosincrasia del mexicano, acomplejado, que por los abusos o excesos a título personal de los gobernantes. Mexicanos, como son, hasta los presidentes sufren el yugo de su hispanidad y han cometido históricamente los mismos errores de toda la cultura latina –el cesarismo, el orgullo y la pasividad latina–, ya se la de Hispanoamérica, la de Francia, Italia, España o Portugal.
Volviendo a los cambios que se producen en el gobierno de López Portillo, considero que son producto de una ideología socialdemócrata y nacionalista y que su mayor error fue haber desafiado la supremacía americana. Considero que tanto la crisis petrolera, como la crisis monetaria mexicana fueron provocadas por Estados Unidos. Que lo que salvó el gobierno priista fue la base sindical tan fuerte que existía en ese momento y que de no haber sido por los sindicatos, tanto el poder empresarial, como el poder americano, hubiesen optado por la alternancia política. Quizá el mismo Portillo tuvo una visión de esta posibilidad y por esa razón promueve una reforma democrática que va en contra del totalitarismo priista. Cuando Portillo deja el poder, para el gobierno americano quedó bastante claro que debía, a toda costa, debilitar las bases sindicales si quería evitar un hecho como el sucedido durante la crisis de la OPEP y la apertura global mexicana. Tanto el antecedente de Echeverría que rompería con la tradición de que el secretario de Hacienda sería el próximo presidente, como su aseveración de que la economía mexicana de ahora en adelante sería dictada por Los Pinos son ya llamadas de atención de las intenciones socialdemócratas de corte popular que vendrían en el futuro. En cierta forma, lo que dijo Echeverría se cumplió con Portillo, pero el costo de esa liberación parcial de las políticas económicas fue muy alto, una devaluación exorbitante del peso, un aumento de la inflación y de la deuda publica que puso en contra del gobierno no sólo a la clase empresarial, sino también a una gran parte de la población que no gozaba los privilegios de pertenecer a los sindicatos afiliados al Estado. La crisis desatada por las decisiones políticas y económicas de Portillo obligaron al Estado a pedir prestamos a Estados Unidos. Entre las muchas condiciones que pusieron se encontraba un presidente formado en la cúpula académica americana, Miguel de la Madrid, quien había recibido formación en Harvard y comenzaría una serie de reformas antisindicales que culminarían con la introducción del famoso Quinazo de Salinas de Gortarí.
Pero eso es otra historia.

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