sábado, 10 de diciembre de 2011

Del porfiriato al salinismo: el error de López Portillo

Una de las preguntas más importantes en relación a los últimos 30 años de gobierno en México es el ascenso de los tecnócratas y el fuerte castigo que sufrieron las instituciones que se desarrollaron como consecuencia de la revolución mexicana. El salinismo no es el inicio; ya Miguel de la Madrid, moderadamente, y bajo la presión de los grupos de poder en México, intento iniciar la era tecnócrata en México y adoptar ciertas posturas neoliberales que había aprendido en sus años de estudio en Harvard. Algo queda claro al respecto: la fractura se da a partir de López Portillo. Es al término del mandato de López Portillo que se hace necesario un replanteamiento de las teorías socioeconómicas que manejaba el PRI desde sus orígenes, con Plutarco Elías Calles, con el mismo Lázaro Cárdenas y posteriormente con los cachorros de la revolución que dieron ligar al milagro mexicano. Es decir, teorías que derivaban directamente de la revolución mexicana y también aquellas que derivaban de los resultados de esta revolución.

Lo primero es entender que la revolución fue un hecho sociopolítico que iba más allá de las inocentes intenciones de Francisco I. Madero de sufragio efectivo y no reelección o la ideología anarquista utópica de los hermanos Flores Magón. Para los tiempos en que Díaz anuncia que el país estaba preparado para una sucesión democrática, es importante entender el contexto en que esto se da. Su entrevista en 1908 a James Creelman, no es casual: era producto de una presión intensa por parte del aparato político y militar americano que, al igual que las potencias mundiales, buscaba formas de autoridad imperial y expansionismo. En aquellos tiempos las mayores inversiones eran francesas y alemanas, seguidas de las americanas y las inglesas. La visión geopolítica estaba regida por una política colonial y México, para estos países, representaba una potencial colonia aunque ciertamente no el sentido literal del término. A final de cuentas, Porfirio Díaz había servido con eficacia a los intereses del capital, de la autoridad y del clero. Pero estos intereses no eran americanos sino europeos principalmente. Para esos momentos quedaba claro que la situación se volvía cada vez más tensa en Europa y la posibilidad de hostilidad se vislumbraba a lo lejos. Para los Estados Unidos, que para entonces se habían vuelto una potencia económica y comercial, era prioritario el clima político de México, no por las desigualdades que existían sino porque contravenían su doctrina democrática, además de que la autocracia operante le daba preferencia a la inversión e intenciones europeas. La verdad es que ya fueran francesas o alemanas, los americanos no podían correr el riesgo de un colapso social en México que permitiera, bajo argumentos económicos, una nueva invasión como la francesa. Las presiones americanas de la democratización mexicana calentaron el fuego de la revolución permitiendo la emergencia de partidos políticos como el nacional antirreleccionista y el partido liberal mexicano. Lo demás es historia. La amenaza maderista incitó el apoyo americano para que se diera la decena trágica, posteriormente un caudillismo de lucha de poder, lo cual sumió al país, durante la Gran Guerra en caos le siguió hasta la consolidación que logra Elías Calles. Ciertamente se tomaron, en forma parcial, ideas tanto de los hermanos Flores Magón, como de Madero o Zapata, o, aún también, Villa. México se constituye a partir de ese momento en un país ambiguo, con ciertas doctrinas anticlericales y anticapitalistas de los Flores Magón; un aparente sufragio efectivo y no reelección, una redistribución de las tierras y un nacionalismo patriótico antiamericano. Todo ello es anecdótico y hasta cierto punto vacío. Lo verdaderamente rescatable de la revolución mexicana es el proceso de institucionalización que se da dentro de los aparatos sociales, económicos y productivos. Iniciando por la institucionalización del partido en el poder a la institucionalización de los sindicatos, todo esto permitió que México operara bajo una aparente democracia socialista.

A diferencia de los sucedido en América, donde los sindicatos se unen a los empresarios para ejercer su influencia en el gobierno como lo señala Marcuse, en México se da el Charrismo con lo cual se inicia la era de corrupción política y social que caracterizaría al país y al PRI. Los grandes logros del milagro mexicano de la década de los cuarentas a los sententas se da gracias al Charrismo que se caracterizaba por un apoyo incondicional de los líderes sindicales a cambio de ciertos privilegios. Desde el punto de vista político y macroeconómico pareció ser una excelente solución a las confrontaciones obrero-patronales y frente a las autoridades. La marginación política del clero también fue de decisiva y el permiso del ingreso de nuevas corrientes religiosas al país. Sin embargo, las instituciones creadas a raíz de la revolución no sólo dan lugar a una profunda corrupción política sino a un grupo de privilegiados que posteriormente serían conocidos como los dinosaurios del PRI. Desde Alemán hasta López Portillo la ideología del partido no sufrió modificaciones permitiendo el desarrollo de México, mediocre, pero al parecer armónico y socialmente equitativo –por lo menos a los ojos de los intereses americanos. Nuevamente, nunca se hizo tan patente el poder del petróleo para la maquinación y negociación política como en la década de los setentas, no sólo en México sino especialmente con los países de la OPEP. López Portillo abusó de este poder, dejando un México con una crisis económica que, por primera vez, dejo ver el cinismo y la hipocresía de los resultados de la revolución. Los mexicanos se dieron cuenta del engaño al que habían estado sujetos. El gobierno de López Portillo no sólo desintegró la economía mexicana sino que desenmascaró un gobierno fraudulento y políticas sociales y económicas que no habían cambiado mucho de las previas al porfiriato. Pues, que el costo del gobierno de López Portillo fue poner al descubierto la farsa del PRI y del gobierno mexicano en todos sus rubros.

La tarea que le quedaba a Miguel de la Madrid era difícil: por una parte mantener ese charrismo que mantenía la estabilidad social y por otra, poder adoptar las políticas económicas keynesianas que parecían dar frutos en países como Inglaterra, Francia, Alemania y España. La fórmula era clara: una política tecnocrática que mantuviera en orden los asuntos especializados del gobierno en relación a la macroeconomía y geopolitica, una política económica keynesiana que lograra conciliar los intereses de esos grupos privilegiados, y una política social populista en las zonas marginadas y de extrema pobreza. Todo esto no lo comienza Salinas, sino que inicia al final del gobierno de López Portillo quien designa a Miguel de la Madrid como presidente buscando comenzar ese cambio radical de las instituciones producto de la revolución. Lo que no sabían los tecnócratas y, parecen aun no saberlo, es que esas instituciones no sólo son grupos organizados de poder sino que son el país mismo en sus raíces, un país que surge con la revolución mexicana.

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