Queridos amigos:
Ayer se tomó una
decisión en México. La poca gente que salió a votar (el 40% del electorado),
tomo una decisión. Hay que reconocer que esas personas representan a México,
legal y moralmente, y su decisión es inapelable, y reconozco su voluntad y sus
deseos como servidor publico por cerca de 40 años de trayectoria. México es un
país hermoso, llamado a la gloria de la Historia. Muy pocos países tienen ese
honor y esa distinción y México, deberá, aún con todos sus miedos, acudir a ese
llamado ineludible.
Durante dos siglos México ha
luchado contra los fantasmas de su inconsciente, contra un padre cruel y una
madre sumisa, contra el doble mensaje del hijo bastardo y el representante
digno de las Américas Latinas. Se ha construido de las ruinas del imperialismo,
de la ignominia del cacicazgo, del olvido de los pueblos que habitaron estas
tierras y del sentimiento confuso hacia su raza mestiza. Pero también ha
crecido a la sombra de una tierra cariñosa y fértil, de corazones apasionados,
de mentes brillantes y creativas.
Ha sido una lucha errática en la
cual, nosotros, sus hijos, hemos buscado desesperadamente constituirnos como un
organismo auténtico, democrático y republicano enfrentando, desde las ideas
escolásticas con las cuales nuestra civilización surgió como nación, hasta la corrupción
inherente a esta doctrina. Esta lucha ha dejado millones de muertos a lo largo
de los siglos: ha dejado guerras frente a España, frente a Francia, frente a
Estados Unidos. Hemos perdido medio cuerpo y, peor aún, no han destrozado esa
confianza de que podemos ser ese destino lleno de gloria para la Historia del
Mundo. Durante doscientos años hemos luchado contra la iglesia como institución
absolutista del siglo XVIII; contra el imperialismo mundial del siglo XIX;
contra la angustia y paranoia geopolítica y económica del siglo XX y el caos social
del siglo XXI. No encontramos aún la forma y el fondo que exprese esa identidad
mexicana. Octavio Paz no pudo estar más equivocado al evocar a la Chingada como
símbolo del mexicanismo: desconocía las guerras contra Estados Unidos, las
guerras contra Francia, contra España; desconocía lo complejo de la guerra de
Reforma que se llevo a cabo a mediados del siglo XIX a la cabeza de Benito Juárez;
subestimó, también de forma absoluta, que la ideología de los hermanos Flores
Magón, nunca fue una ideología sino el hálito de vida de una nueva generación
dedicada a la revolución del pensamiento mexicano; subestimó a los caudillos, a
los bandidos revolucionarios; subestimó al ejercito; subestimó el poder de los
generales. Enajenado con su oligarquía escolástica no fue capaz de ver que
alternamente a la Revolución Mexicana se construía un mexicanismo basado en las
promesas de la ilustración, aun cuando este ha sido opacado por el barroco
escolástico del yugo de nuestros fantasmas. Creyó resuelta la crisis de
identidad del mexicano en una ecuación psicoanalíticamente compleja llamada
Chingada, pero nunca pensó que no era el significado, sino el significante lo
que importaba. Detrás de la Chingada se esconde ese principio de gloria del mexicano
que construye, no sin tropiezos, su destino, un destino inevitable.
Creo ser honesto al decir que
creí, siempre lo he creído, que México estaba listo para aceptar ese destino. Y
me duele aceptar y reconocer que me equivoqué. En días pasados México decidió
postergar su destino, dejarle esa difícil tarea a las generaciones venideras.
México es fuerte; y fuerte como es, soportará estoicamente la rapacidad, la
corrupción y la miseria de los gobiernos que hemos elegido. En estos días
México ha decidido permanecer igual, dejar que el destino apriete un poco más
la correa de la necesidad y la desesperación. Pero veo en esto mayor fuerza
para que, cuando el destino nos alcance, podamos tomar augustamente el llamado
que tenemos.
Yo, lamento decirlo, me veo
obligado ante la tristeza, a hacer lo que han hecho muchos mexicanos durante décadas
y lo que muy probablemente harán cientos de miles de mexicanos en los próximos años.
Me duele dejar la patria en la crecía, la patria a la que amo profundamente;
pero me duele más ver las cosas que suceden; me duele ver la miseria a cada
esquina, en cada institución; me duele más ver las muertes absurdas; me duele
ver la desigualdad descomunal y la rapacidad de nuestros gobernantes, la falta
de escrúpulos de esos que prefieren pisar una cabeza, que apoyarse en unas
manos para alcanzar sus objetivos. Dejo México pero sabiendo que su energía
está viva, que su fortaleza es indestructible y que un destino de grandeza nos
alcanzará a pesar de nosotros mismos.
Atentamente:
El Excandidato a la Presidencia
de México por la regeneración de México.
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