No existe una política económica
iberoamericana, por lo menos no una que coincida con el pensamiento occidental.
Los economistas que dictan las políticas económicas del país han sido formados
en su gran mayoría en Universidades Anglosajonas y las escuelas de economía
nacionales son remedos de segunda clase del pensamiento capitalista y comunista
occidental. No hay una escuela económica que resuelva los problemas
particulares de nuestro país. Obviamente es importante preguntarse por qué no
funcionan las formulas americanas en países como el nuestro cuando si lo han
hecho en otros como Japón, Singapur o Tailandia. ¿Por qué funcionan estos
proyectos en países como Alemania o Dinamarca o inclusive políticas
occidentales socialistas en países como Noruega?
Japón, Singapur o Tailandia son
monarquías, no republicas. Alemania, Dinamarca o Noruega son repúblicas
parlamentarias, unas con monarquía y otras no, pero al final el proyecto
político de estos países está respaldado por una república en pleno uso de
derecho, con matices de carácter histórico.
Países como Alemania, Estados
Unidos y Suiza son Federaciones. Suiza de hecho es una Confederación. Sin
embargo en México, y los países iberoamericanos, se creó como consecuencia de
las amenazas de separación, el robo de territorios y las tendencias
absolutistas, un sistema Federal sui
generis cuyo único objetivo es someter a los diferentes Estados que
conforman la federación al control de un gobierno central quien ejerce la
política nacional. No es una federación. Los poderes de los Estados quedan
restringidos únicamente a la coerción sociopolítica. El gasto está supeditado a
las políticas centrales y la inversión depende directamente de los intereses
presidenciales. Se trata de un presidencialismo autócrata que bien se explica,
en el caso de México, por la Historia desde la Independencia, pasando por la
Reforma, hasta la Revolución. Este tipo de democracia funciona bien cuando
existe un control absoluto y para poder lograr este tipo de control se requiere
de un gasto exorbitante, mucho mayor que el que requeriría una monarquía
absolutista. En términos económicos, al menos la mitad del gasto público debe
destinarse a mantener, a los Estados y poderes, subordinados al presidente.
Obviamente este gasto no es destinado directamente los Estados sino que llega a
las manos de los gobernantes locales mediante programas federales que funcionan
como lavadoras de dinero. La mitad restante (en el mejor de los casos) es el
gasto que se destina a la federación.
Un ejemplo de esta forma de
gobierno es el seguro popular. El gasto público en Salud en México el de un
3.1% del PIB. DE este porcentaje los programas a cubrir por el gobierno federal
son el IMSS, el ISSSTE, PEMEX, SEDENA y SEMAR. En el 2008 el gasto fue de
alrededor del 30 mil millones de dólares.
El IMSS supuso el 42% de este gasto; el ISSSTE el 9.7% y el 3%
aproximadamente entre SEDENA, PEMEX, SEMAR y los Servicios Estatales de Salud
(SESA). El 45.2% restante correspondió a la Secretaria de Salud a través de
programas como el Seguro Popular e IMSS oportunidades. De los programas
mencionados sólo el IMSS y el ISSSTE paga un porcentaje el Empleado y el
Empleador junto con el gobierno federal. El resto de los programas son de gasto
exclusivo de los Estados y el Gobierno Federal. En el caso de la Salud, el
gasto federal asciende al 70% aproximadamente mientras que el 30% se da entre
empleadores, empleados y gobiernos locales. En realidad, de ese 30% menos del
1% corresponde a SESA, ya que el modelo de asistencia de los dos principales
sistemas de salud (IMSS e ISSSTE) corresponde al trabajador y al dueño. Es
decir que la mitad del gasto público en Salud (15 mil millones) se ejercen
directamente por los gobiernos estatales en programas federales, aun cuando su
aportación no llega ni al 1%. Además, de las licitaciones delegadas a cada
Estado por parte del IMSS e ISSSTE, se dan en el ámbito de cada Estado y no a
nivel nacional. Los delegados de cada programa (IMSS o ISSSTE) tienen la
obligación de favorecer a través de contratistas locales a los políticos
locales, por ejemplo en adquisición de material, infraestructura y subrogación
de servicios (limpieza, alimentación o seguridad entre otros). Si uno hace un
organigrama del flujo operacional resulta en un intrincado gasto cuyo único propósito
en mantener a los Estados sujetos al gobierno federal. Ahora, ¿cuáles son los
únicos lugares donde el federalismo ha tenido algo de éxito? El Distrito
Federal donde se encuentra la infraestructura de tercer nivel y donde el nivel
de cobertura federal es prácticamente del 100%. Dónde es donde el federalismo a
presenta sus peores crisis de salud, en los Estados donde han gobernado
partidos no alineados al presidencialismo y que actualmente presentan problemas
de índole social profundamente graves (Michoacán, Guerrero y Morelos). No
obstante México compensa ese gran despilfarro con un gasto privado en salud de
otros 30 mil millones de dólares. Pocos países del OCDE (“los países más ricos
del planeta”) gastan en proporción la cantidad de dinero que México hace en
gasto privado (Estados Unidos y, quizá, Corea del Sur), que en realidad gastan
aproximadamente un poco más que lo mismo del su gasto público.
El costo del presidencialismo es
sumamente alto. Pero el costo de ir en contra del presidencialismo lo es aún
más. En términos de PIB, el 6.2% de
gasto en salud es poco, de hecho el más bajo de los países de la OCDE. Dejemos
la salud y pensemos en el 93.8% del PIB en un país donde la Deuda Externa
corresponde al 40% del PIB, el nivel de desempleo en jóvenes está arriba del
25% y el nivel de educación superior es del 36% y un 9% de ese PIB pertenece a
cuatro billonarios de la lista de Forbes. Cuando llegan las instituciones
nacionales que deciden ampliar la deuda externa de los países iberoamericanos
no preguntan si se trata de una república, de federalismo o de
presidencialismo. Si el FMI o el BM, o si el Banco Interamericano de Desarrollo
deciden otorgar un préstamo para contener el déficit presupuestal que supone
este mecanismo de gobierno, la única condición es garantizar la seguridad de
los inversionistas privados y mantener el pago. Pero siempre existe la
posibilidad de una reestructuración de la deuda o comprometer más la liberación
de los sectores estratégicos nacionales. Los cálculos en materia de control de
gasto se basan en el gasto formal de los gobiernos locales y el presidencial,
nunca se toma en cuenta este sistema informal de garantía de estabilidad sociopolítica.
De hecho este gasto no entra en el cálculo de ningún modelo económico
occidental. Es decir, del presupuesto de egresos de la federación, no se toma
en cuenta todo ese dinero que se tiene que repartir a través de programas
federales para garantizar el funcionamiento del presidencialismo. Pero
nuevamente México tiene formas de compensar sus compromisos de desarrollo a
través de préstamos internos y externos, ya sea a través del Fondo Monetario
Internacional, el Banco Mundial o el Banco Interamericano, ya sea a través de
bancos americanos privados o bancos que operan en México a través de colocación
de deuda interna a tasas que han hecho que esos cuatro hombres (Slim, Larrea,
Bailleres y Salinas Pliego) sean dueños
del 9% del PIB. Además de que posee el presidencialismo algunas cajas chicas de
enormes recursos más grandes del mundo como lo es PEMEX o CFE.
De tal manera que pensar,
remotamente, que una formula económica occidental basada en las teorías de Keynes
o, aún más, de Friedman, simplemente es una locura. La política económica neoliberal
es una utopía porque el problema no radica en las estructuras institucionales
en sí –es decir políticas de austeridad, controles de inflación, control
monetario estricto– sino el enorme gasto informal que requiere el presidencialismo
para sobrevivir. Ese gasto no sólo implica a millones de burócratas de todos
los niveles sino también pequeños y
medianos empresarios que se benefician de los programas federales; además ese
gasto es indispensable para que el presidencialismo logre mantener una
estabilidad política, social e inclusive económica.
Y no se trata de satanizar el
presidencialismo. Estados Unidos gasta muchísimo más dinero en mantener su
sistema político estable a través de un gasto discrecional informal a través de
sus operaciones alrededor del mundo. Alemania gasta aún más con sus rescates multibillonarios
a los países PIGS –prestamos que sin lugar a dudas son moralmente muy
cuestionables. Aquí la cuestión es que las políticas neoliberales de Estados
Unidos o de Alemania funcionan porque el gasto se controla desde las
instituciones hacia a fuera y no de afuera hacia las instituciones donde, en el
caso de México, la mayoría de los recursos se pierden. Cuando un gobierno puede
extender su deuda para garantizar una política de influencia externa, es una
política económica exitosa en términos de sustentabilidad política sin importar
el gasto económico. Cuando un gobierno debe extender su deuda para garantizar
una política de estabilidad interna, es una política económica del fracaso
porque ese gasto económico únicamente se traduce en más deuda sin ganancia
política. Eso pasa en México y esa es la diferencia entre el éxito neoliberal
americano o alemán y el fracaso mexicano –y latinoamericano también.
Llegando a este punto creo que
sólo existen dos opciones posibles para encontrar una solución económica
adecuada en México y Latinoamérica. Una es poner fin al presidencialismo y permitir
una autentica libertad económica en los estados de la Federación donde el
presidente únicamente sea un auditor con capacidad de veto y censura, o la otra
es terminar con el federalismo a favor de una república central basada en una
economía de desarrollo delegacional dirigida desde el centro.
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