En la era del exceso el ruido es silencio |
Hay un
exceso de dinero, hay exceso de inversión, hay sobreproducción y hay un exceso
de deuda. En general se observa en los derivados (incluyendo la sobreinversión
en el mercado metalúrgico, minero, petrolero, automotriz, de
telecomunicaciones, etc); en el mayor apetito de los inversionistas por
productos altamente riesgosos (derivados de diferenciales de puntos de deuda de
bonos públicos y privados); se observa también en el mercado inmobiliario de
las principales ciudades del mundo (con una sobredemanda de propiedades de lujo)
y la desaceleración de los indicadores económicos fundamentales de los
principales motores mundiales (los BRICS, la Unión Europea y Estados Unidos).
Uno de los principales problemas con la sobreoferta es la deflación, es decir la
disminución de la rentabilidad de los bienes y servicios que impacta duramente
en la deuda, los derivados bancarios y los balances de las empresas y naciones.
El principal problema de la sobreoferta acompañada sobreendeudamiento es que el
riesgo se vuelve “altamente contagioso”. Es decir que el exceso de inversión y
deuda por un apalancamiento fraccional promovido por la banca se esparza en
prácticamente en todo el sistema financiero global, desde los bonos públicos y
privados hasta los derivados y las empresas que los producen. El mayor problema
es que al existir una disminución global del valor de los bienes y servicios,
aun con deuda a tasas mínimas, hace impagable las obligaciones financieras de
empresas generalmente altamente apalancadas. Las empresas comienzan a
contraerse para mantener los rendimientos acostumbrados y las burbujas terminan
por explotar creando aun mayor sobreoferta, exceso de dinero y sobreendeudamiento;
los inversionistas incrementan sus apuestas en proyectos de alto riesgo y el
Estado compromete su renta fiscal para garantizar el dinamismo económico. Para
este punto, el dinero generalmente ha perdido gran parte de su valor como
consecuencia de un ajuste “natural” a los esfuerzos de rentabilidad. El
problema en realidad es simple: existe un exceso de una oferta monetaria que no
logra estimular la demanda de bienes llevando a la acumulación inútil de un
papel moneda que pronto entrará en competencia inflacionaria con otros medios
de compra venta, muy especialmente la capacidad fiscal de las naciones. Mucha
atención que bajo este panorama ningún instrumento de compra venta satisface
las necesidades del mercado, ya sea el oro, la plata, las bienes raíces o
inclusive las criptodivisas. La espiral inflacionaria monetaria termina por
succionar el valor de todas las divisas. En una situación de sobreoferta y
sobreendeudamiento no hay divisa ganadora ni refugio de capital. La deuda de las empresas comienza a sentir la
presión de esta guerra de divisas de una forma no convencional: es decir en
relación a sus hojas de balance y su capacidad o no de competitividad
internacional (porque siempre habrá algún inversor dispuesto a poner el dinero),
sino que se manifiesta especialmente en una depreciación exagerada de sus
activos lo que le obliga a recurrir a deuda para compensar el desplome del
valor de sus acciones para evitar compras agresivas. En últimas instancias
siempre está la posibilidad de una negociación de fusión o adquisición o
simplemente el impago (con el esperado buyback que ha sido la gran estrella en
este, ya por terminar, 2015) esperando una reestructuración que permita
continuar operando en un mercado que, además, está en sobreproducción. El único
refugio lógico es la adquisición indiscriminada de deuda a través de los lobbies
que presionan al aparato económico del Estado. A su vez el Estado compromete su
balance general y comienza a realizar reformas a todos los niveles de gobierno
mediante la clásica fórmula que ha mostrado su ineficacia: la austeridad. En
este nivel, el poder adquisitivo parece entrar en equilibrio con los bienes y
servicios. Pero la realidad es que continúa una sobreinversión desesperada de
alto riesgo, especialmente en apuestas que tienen que ver con instrumentos
financieros sofisticados. Los primeros en mostrar la debilidad de su política
económica son los Fondos de Cobertura y de Capital; a estos le siguen los
Estados netamente exportadores (los BRICS, Alemania y Rusia) y por último los
países con mayor deuda: Japón, China, USA, Inglaterra y los PIGS. En una
situación de sobreproducción prolifera la propaganda “verde” especialmente
aquella amarillista que obliga a disminuir la producción agropecuaria,
petroquímica y de extracción. Los sectores más castigados son los mineros,
metalúrgicos, petroleros y agropecuarios. Esto en parte por las presiones del
FMI y el BM para la contracción de las actividades de esta índole y segundo por
el abaratamiento de los futuros de derivados vinculados a estos sectores. Pero
este castigo no surte efecto en la actividad industrial que, aunque se contrae
trimestre a trimestre, paradójicamente persiste en una sobreproducción:
automóviles, petróleo, viviendas nuevas, exceso de semillas. En este punto, los
datos económicos internos parecen ser alentadores. La realidad es que hay un
estancamiento en el gasto per cápita,
una disminución en el valor de los bienes y servicios y un exceso de deuda. Las
clases dirigentes llevan preparando lo que parece bastante obvio: la única
teoría compatible con un desarrollo sustentable: las ideas genocidas de Malthus,
es decir, una depuración controlada de la población para lograr el equilibrio
presupuestario. Cuando el desafío económico se enfrenta a este impasse, se desempolvan los manuales
fascistas en los Estados de alto nivel de vida y se ponen en práctica las
políticas criminales en los países subdesarrollados. La droga es uno de los
aceites más importantes de la economía bancaria central, así que comienza la
despenalización de sustancias. Países como USA, altamente conservador en
políticas de narcóticos, ha cedido al respecto y actualmente es legal el
consumo medicinal y/o recreativo en 27 Estados; mientras Afganistán y Colombia,
mayores productores de heroína y cocaína respectivamente son países bajo el
control militar y político de USA. El complejo Militar-Industrial es otro
aceite vital de la economía de los bancos centrales por lo que la provocación y
generación bélica –parte de los manuales fascistas desempolvados- comienzan a
implementarse sistemáticamente. Los países con alto nivel de deuda comienzan
una agresiva campaña de venta de armamento mientras que en sus propios países
se comienza a integrar en el producto interno bruto las actividades ilícitas
como la prostitución, la venta de drogas y armas y las apuestas. Ese mercado
multimillonario subterráneo no sólo representa un importante porcentaje de la
economía de los países altamente endeudados sino que les permite adquirir deuda
fraccionada porque se contabiliza como ingreso fiscal. Armas, drogas, prostitución,
pornografía, todo esto engorda el comprometido presupuesto fiscal y significa
acceso a más deuda “barata”. La incursión militar es otro objetivo necesario
para mantener a flote la maltrecha economía. En un inicio era objetivo de los
países altamente endeudados, sin embargo actualmente también es un objetivo de
los países que presentación una desaceleración del crecimiento anual del PIB
como Rusia, China y Arabia Saudita. Siria, Ucrania, Yemen y Sudan son países target de las políticas de
desestabilización, invasión y destrucción. Apenas hace un lustro lo fue el
norte de África. La fórmula se basa en la creación de grupos paramilitares de
ideologías extremas alimentados por mercenarios y dinero de Occidente. La
combinación es en extremo peligrosa aun para sus creadores como la ha mostrado
el ISIS. La amenaza de ISIS se ha corrido al lejano oriente a través de
pequeñas facciones subvencionadas por Turquía y desde el Norte de África hacia
las repúblicas del centro de África como Sudan y Nigeria a través de Egipto y
Libia, países liberados de “la tiranía sinarquista” y actualmente sumidos en
una guerra intestina y el caos sociopolítico.
Así,
los ejes de control social se basan en la “amenaza ecológica”, la expansión de
narcóticos, la venta de armamento y la creación de grupos radicales que
justifiquen invasiones, desestabilización y destrucción. No faltan los más
radicales que consideran la necesidad de, inclusive, poner naciones al borde
del enfrentamiento directo (la presión de los halcones liberales a Erdogan para
atacar a Rusia o invadir Irak, así como la colocación de grupos fascistas en
golpes de Estado montados por la mainstream media en Ucrania). Poco de esto
tiene un valor geopolítico. La realidad, absurda, monstruosa realidad, es que
tiene un interés puramente financiero. Ni siquiera se trata ya de favorecer a
ciertos grupos de poder trasnacional como EXXON por dar un ejemplo burdo, sino
de la pura necesidad de mantener la máscara de la estabilidad financiera: un
maquillaje torpe y grotesco que lejos de desviar la atención de ese organismo
enfermo y anómico, lo vuelve centro morboso de las especulaciones de colapsos
económicos, holocaustos nucleares y caos barbárico.
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