martes, 3 de abril de 2012

Psicopatología caracterológica de las instituciones mexicanas

Vasconcelos, en su libro La Raza Cósmica, culpa al cesarismo latino del fracaso latinoamericano frente al triunfo anglosajón. No sólo culpa a España y Portugal, sino a la misma Francia que, al ceder los territorios de Luisiana, le dio el golpe final a los latinos en el nuevo mundo, permitiendo que los anglosajones conquistaran el pacífico, facilitando la anexión de Nuevo México, Arizona, California y Texas. El análisis de Vasconcelos busca comprender el fracaso de la latinidad en América, explicar la falta de identidad y cómo la derrota ideológica del sajonismo sobre el latinismo puso las primeras columnas del fracaso latino en América. Vasconcelos pone entre los muchos ejemplos al mismo mexicano y su orgullo independentista, sin darse cuenta de que su independencia no se hubiera dado sin los movimientos en otros territorios latinos de América, o aún en la misma Europa. El mexicano, dice Vasconcelos, entiende su identidad ajena a todo lo que le rodea, con una especie de caparazón que niega los orígenes culturales verdaderos del mexicano por sobre los territorios que logra independizar. Porteriormente hablaría sobre la verdadera latinoamerica: Chile, Brasil, Argentina, Pero eso es otra historia. El mexicano, decía Vasconcelos, entiene su identidad ajena a todo lo que le rodea, de ahí, también, que la identidad mexicana sea estéril y vacua, no se distingue ni en los antecedentes españoles ni en los antecedentes indígenas, sino únicamente en el mestizaje, se identifica sólo en sus raíces, ajeno a la raza roja o los latinos europeos. El mexicano, reflexiona Vasconcelos, carece de un sentido claro de identidad, producto de su mismo ser latino como de los conflictos tanto en América como en Europa –España, Portugal, Francia por una parte e Inglaterra como representante de sajonismo. Y ciertamente no es desconocido para nadie la difusión de identidad del mexicano: lo aborda lo mismo Octavio Paz que Heriberto Yépez recientemente por citar a algunos entre cientos. Nuestra literatura fantástica tiene también grandes obras donde se aborda el concepto de identidad mexicana.

En Pedro Páramo se retrata de una manera llena de simbolismo, con una estructura pulida, esta suerte de repetición del fantasma. Y vamos que Juan Rulfo no era psicoanalista ni su libro es un libro con una estructura psicoanalítica. Se trata de un libro de descripción de la personalidad de un pueblo, de su organicidad y organización psíquica pero en ningún momento se decanta por las pulsiones ni los conflictos. Y sin embargo subyacen a la estructura del libro, no porque sea la intensión consciente del autor, sino porque el tema que trata es la personalidad de un pueblo, de un pueblo dentro de México, del propio México llamado . El inconsciente colectivo es incapaz de dejar fuera de sus ecuaciones semióticas estos procesos de construcción de la personalidad. Ya sea en un individuo, o en un colectivo, cual sea éste, existe un proceso formativo del aparato psíquico que llamamos comúnmente personalidad.

Existe un tipo de brutalidad pasiva en la novela Pedro Páramo, no sólo en su fondo sino en su forma. La construcción de la novela, con una temporalidad difusa; sus personajes fantasmagóricos; y el final –¡que magnífico final!– dan cuenta de una escisión cualitativa de toda narrativa, de toda construcción histórica que termina por quedarse en la soledad y el vacío de la estructura límite –borderline. Porque a final de cuentas, todo cuanto se da en relación a México es en relación a sus estructuras y cómo estas estructuras se relacionan simbióticamente entre sí. Desde la llegada de Miguel al pueblo bajo una ceguera hasta la consciencia de su muerte. Pero en todo este proceso se han de tocar los tabús de la sociedad mexicana –y el mayor tabú, el de su cotidianeidad– para ir desmenuzando ese páramo que simboliza la existenciaridad mexicana en donde al final lo innombrable se manifiesta fatalmente.

Frecuentemente escuchamos decir a nuestros políticos, a nuestros analistas políticos, a nuestros amigos en las charlas de café, de ciertos grupos de poder que buscan su beneficio y que se sirven de políticos que sin escrúpulos ceden a las presiones de esos grupos de poder para mantener su estado privilegiado. Nunca he dudado de esto. Sin embargo debo aceptar que no tengo la menor idea de quién es este grupo de poder que se esconde en las sombras como demiurgo decidiendo el destino del país y que usa como marionetas a nuestros gobernantes, legisladores y cortes de justicia. Al final quizá porque, como sucede en Pedro Páramo, todo sea una imaginación de conspiraciones, de situaciones y sean, en realidad, sus propios muertos los que vivan esa pesadilla cotidiana de soledad y aislamiento, víctimas y victimarios de su situación. Quizá no hay futuro en México porque, al igual que en Pedro Paramo, la temporalidad para el mexicano no tiene un carácter histórico: es sólo una aldea muerta en donde todos están muertos, incluso el narrador, y sus calles y campos son recorridos únicamente por las ánimas y los ecos capaces de fluir sin límites en el tiempo y en el espacio como dice el propio Rulfo de su novela.

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